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G O R D A I L U A

 

 
 

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                   - Ale honi buruzkoak (azalaren irudia eta fitxa)

Aurreko artikulua— Garziarena-10 (1994-otsaila) —Hurrengo artikulua




 

 

Joshe

 

Xabier Garziarena

 

Mi abuelo Joshe se está muriendo. Todos nos estamos muriendo, por supuesto, pero mi abuelo Joshe se encuentra en esa etapa en la que uno se está muriendo mucho más, probablemente en el momento en que uno se acaba ya de morir definitivamente.

        Mi otro abuelo también se llamaba Joshe y también se murió definitivamente, hace ahora un año corto y algo más. No parecía que se estaba muriendo mucho, pero de la muerte no se puede uno fiar, porque es traidora y sobre todo porque está seca. No me gustó que se me llevara a Joshe porque no avisó y porque Joshe era muy digno. He conocido muy pocos hombres o mujeres con la mitad de dignidad o menos. Antes había conocido a Ricardo y a Carmen que también eran muy dignos. La semana anterior a morir y con 86 años, lo vieron metido debajo de su coche, digno por los suelos, arreglando vaya usted a saber qué. Y no me gustó que se llevara a Joshe porque cuando ves una persona tan digna, muerta y fría y sola, una persona que te sacaba siempre aceitunas y un vaso de vino en cada visita, una persona de fuerza descomunal que te daba dos besos que eran dos caricias, y ves a esa persona infinitamente sola, contigo infinitamente pequeño en un hospital infinitamente blanco y frío, te asomas al único precipicio y el vértigo te retuerce las entrañas.

        Mi abuelo Joshe se está muriendo. El último problema se llama trombosis y le ha paralizado medio cuerpo. Le he visto mal. Habla con mucha dificultad pero, eso sí, consigue hacerse entender: no quiere ir a ninguna clínica, no quiere que lo arranquen de sus cálidas zapatillas a cuadros. Yo estoy arriba con mis padres que hoy parecen menos viejos, con mi mujer que parece más cumplida, y con los niños que parecen más pesados. Joshe no tiene casi memoria; cansada, le ha ido abandonando durante los últimos años, pero ello no le impide ver claro que se lo quieren llevar. Esto no lo olvida su memoria que casi no recuerda. Han llegado cuatro hombres amarillos vestidos de amarillo a casa para subirlo a una camilla blanca y él llora como un niño y se agarra desesperadamente para evitarlo. La familia está por ahí, no como la otra vez con el otro Joshe, pero tengo de nuevo la misma sensación-látigo de aquella vez: veo a mi abuelo infinitamente solo en su abandono. Me acerco y le cojo la mano. El la aprieta y me quiere decir algo. Unas flemas le ahogan...

        Noto frío a mi alrededor. La familia está muy satisfecha con el servicio de mueve-enfermos, qué diferencia con la vez anterior, y no querían ni coger propina... Mi madre, entre torpe y disgustada, me parece más torpe que disgustada.

        Noto frío a mi alrededor. Recuerdo la vez anterior que se lo llevaron. Pasé una noche con él, una noche larga que era triste pero también divertida gracias a su memoria cansada de recordar. Continuamente intentaba levantarse insistiendo en volver a casa, en volver a sus cálidas zapatillas a cuadros. Sin embargo, de vez en cuando se dormía o como lo pensaría su vieja cabeza "le cojia el sueño" durante unos minutos y al despertar, y verme estirado en el suelo intentando descansar, insistía ofendido en que me tumbara en la cama, que ni hablar de estar en el suelo y él allí tan cómodo.

        Mi abuelo Joshe se está muriendo, pero contra todo pronóstico me anuncian que no parece que se muera definitivamente. He ido a visitarlo y a un gesto de la enfermera le digo que tiene que echar la siesta. El, cómo no, quiere vestirse y marchar. Le insisto una y otra vez en que primero debe dormir un poco y luego —para entonces se habrá olvidado— le llevaré a casa. "Un poco no, todo lo que pueda" me contesta con ese humor que parece condenado a serle fiel hasta el final.

 



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