L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

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Mexico visto por una Vasca

 

Julene de Azpeitia

 

No recuerdo quién ha dicho esta frase: " No hay pueblo pequeño si toca al mar." Esto que es cierto como lo vemos en lo que yo llamaría " los grandes pequeños pueblos" —como Grecia en la antigüedad, y como Bélgica, Euskadi, Holanda, etc. en los tiempos modernos— nos dará la medida de la importancia de México con sólo ver el gran desarrollo de sus costas.

        El territorio mexicano, en su conjunto, es tierra alta: hay cordilleras e altura y majestad imponentes y muchos volcanes bellísimos con el cráter cubierto e nieves perpetuas. El Orizaba, que domina la ciudad del mismo nombre, tiene más de cinco mil metros de elevación y es una montaña de belleza imponente por la regularidad de su forma, por la belleza de su nevado, que se eleva sobre una verde cintura de árboles donde se han contado hasta setenta especies de encinas.

        Pero la impresión de belleza original y de colorido la da, como ningún otro lugar del mundo, el Lago de Xochimilco, llamado por sus admiradores "la Venecia natural de México", " la villa flotante de las flores", " el lago de los jardines movientes"... Todo eso es un conjunto el Lago de Xochimilco con sus grandes avenidas de agua, sus campos inacabables de claveles, jazmines, nardos y violetas que transportados en lanchas que parecen jardines que se deslizan, son vendidos por las indias en la ciudad de México, en el mercado de las flores.

        También en lo forestal, México es maravillosamente rico. En el pintoresco pueblo de Santa María del Tule, distante trece kilómetros de Oaxaca, en el atrio de la iglesia, se encuentra un colosal ahuehuete conocido por el nombre de Arbol del Tule, el que a pesar de los dos mil años que le atribuyen los naturalistas y la tradición, se conserva vigoroso y sin señales de vejez. Su enorme tronco tiene una circunferencia de metros. Es fama que este hermoso árbol es uno de los representantes más grandes de la flora universal. ¡Qué espléndida la vida vegetal en la selva virgen! ¡Qué maravilla de visión las grandes bandadas de aves azules y verdes— loros y cotorras— que recorren alborotando el bosque y en el que viajero europeo no se atreve a penetrar a ausa de su impresionante grandeza! Todo es allí crecimiento, floración, estallido de semillas que se abren, explosión sublime de la vida... Yo recuerdo todo esto y más cuando en San-Juan-de-Luz, reviviendo nuestra tragedia, contemplo el sol que se va hacia América, hundiéndose en el mar de los vascos y, como en una ensoñación, viene a mi memoria el verso aquél de Amado Nervo, el inspirado poeta mexicano:

 

                Se va la luz hacia el confín violado

                del Cielo, el sol agonizante llega,

                y parece su disco anaranjado

                un escudo de bronce, abandonado

                en el campo sangriento, tras la brega...

 

        México es, en su conjunto, un país cálido. En las vertientes de las cordilleras y a la altura de mil a mil seiscientos metros, reina una hermosa y perpetua primavera. El invierno se hace sentir en las alturas. En la zona templada de Jalapa y Orizaba, los vientos del norte producen unas brumas que forman una lluvia finísima y persistente, que los ondios llaman el "chipi-chipi", acogiéndola mejor que nosotros, los vascos, al xirimiri, por creeerla ellos esencial para la salud. En la villa de Perote, de la misma zona, es fama que se curan los tuberculosos con sólo una estancia y, desdeluego, más corta que en Suiza.

        La agricultura ha tenido en México gran impulso en estos treinta últimos años, merced en primer término, a la ingeniería aplicada al agro, alumbrando pozos artesianos en Hacienda que apenas vivían y que, en cambio, pasaban por el subsuelo grandes corrientes de agua, verdaderos ríos a veces que han sido captados recurriendo a perforaciones de mil y más metros de profundidad. Además del algodón, del maíz, del frijol y del garbanzo, que produce e importa en gran escala, México es un país muy "providente", como dicen los indios, y produce frutos de todos los climas y países: café, canela, cacao, vainilla, caña de azúcar, plátanos de varias especies, coco, piña, árbol de pan, aguacate o mantequilla vegetal e incluso tabaco. En toda la República se produce el Istle, planta textil con cuyas fibras se hace la seda artificial y que se destina a la fabricación de medias, calcetines, corbatas, etc. En el sur hay grandes plantaciones de henequen, planta también textil que se emplea en la fabricación de cuerdas, desde los calabrotes de los buques hasta los cordeles de atar paquetes. En México está ya creada la industria de los derivados de la goma y sabemos de una fábrica de cubiertas de pneumáticos cuya marca es "Euskadi".

        La ganadería tuvo su punto cumbre el año 1913, pero aun hoy mismo, una de las industrias de aquel Estado es la cria del ganado y en la Haciendas de tierras áridas, la población se compone casi exclusivamente de vaqueros, que suele cuidar cada uno centenares de cabezas de ganado. De la especie lanar, a base de planteles importantes de Inglaterra, Australia y Francia se había llegado a obtener lanas que en los mercados de Londres y Nueva Orleans se califican de primera calidad. En mi tiempo era preponderante la industria textil con siete grandes fábricas de hilados y tejidos de lana —una, entre las más acreditadas, " La Trinidad"— que daban trabajo a unos cinco mil obreros (y esto sin importar lanas del extranjero). Independientemente de estas grandes fábricas, hay otros pequeños talleres de indios, con telares primitivos (pre-cortesianos), movidos a brazo y a pie, donde se hacen primorosos sarapes, tilmas y frazadas con colores brillantes, firmes y muy vivos, que son un regalo para la vista. Estos colores tan preciosos, los facen los indios mismos, extrayéndolos de plantas que ellos conocen y con procedimientos que se transmitieron de padres a hijos. En las combinaciones de colores y dibujos demuestran un arte propio, personalísimo, y una fantasía refinada, dentro del más exquisito gusto, para plasmar en sus tejidos el espíritu artístico racial que llevan en su alma azteca.

        La intervención de los vascos en la historia de México ha sido más importante en el pasado que en el presente. Y su influencia queda demostrado sólo con la prueba de los nombres que ostentan muchas poblaciones de su territorio. Recuerdo unos cuantos: La Bahía de Sebastián el Vizcaino —¿acaso en memoria de Elkano?— Durango, nombre de un Estado en el norte de la República: Zelaya, Aldema, Abasolo, Arteaga, Iturbide, Ramos Arizpe... Y como nombres de lugares, Jaral del Berrio, Gogorron, Anaya, Aguirre, Zabaleta, Begoña y tantos más que no recuerdo.

        En cuanto a los hechos y nombre de algunos vascos, los expondrá brevemente, dividiéndolos en los periodos, ambos perfectamente diferenciados en la historia de México: la Conquista, primero, y la Independencia Nacional, en época relativamente reciente. En ambos periodos figuraron algunos compatriotas nuestros cuya influencia fue decisiva en la historia del país.

        Muy cerca de Hernán Cortés anduvieron tres vascos: uno, el Licenciado Zuano, fue alcalde Mayor de la ciudad de México; el Capitán Andrés de Moncharaz y, el tercero, Cristóbal de Olea. Este salvo por dos veces la vida de Cortés: la primera en Xuchileco, cuando los indios lo derribaron de su caballo, y la segunda en la calzada de México, cuando al adelantado español le tenía ya cercado un escuadrón de indios, después que mataron setenta y dos de sus soldados.

        Pero recuerdo de la acción personal de Fray Juan de Zumarraga, contemporáneo de Cortés, primer arzobispo de la Capital, hijo de Durango, pero es notorio que fue compasivo y caritativo con los indios. Durante el tiempo de su episcopado, aconteció la aparición del Cerro de Tepeyac, que los historiadores del país consideran como el hecho que inspiró y forjó la independencia patria.

        El periodo que siguió a la Conquista, fue el más terrible para los indígenas. Los naturales del país eran sometidos en las Encomiendas a un trato tan bárbaro que se veía claramente que la extinción de la raza sería un hecho en un porvenir no muy lejano. Entonces surgió un fraile tenaz, caritativo y humano, Fray Bartolomé de las Casas, cuya acción cristiana, tesonera y perfectamente documentada en defensa de los indios le llevó a enfrentarse con los enormes intereses creados de los Encomenderos, y tuvo, además, la energía de poner en conocimiento del Rey aquél estado vergonzoso que creaban los privilegiados que enviaba desde la península. Fray Bartolomé tuvo un colaborador digno de su talla: más aún, un inspirador en la empresa humana y cristiana que cristalizó en las Ordenanzas Reales. Este fue otro vasco: Pedro de Rentería.

        Justo es también recordar aquí la influencia y autoridad de algunos Virreyes vascos que se inclinaron de diversas maneras a "suavizar el yugo español". Así don Luis de Belasko mereció el titulo de "Padre de los Indios" por lo mucho que trabajó a favor de su emancipación, culminando la obra de su buen gobierno con la fundación de la Universidad de la Capital y colocando la primera piedra de la magnifica Catedral de la Metrópoli. Antonio de Mendoza fundó, por su parte, la primera imprenta en México, que fue, además, la primera de América.

 

(Continuará)



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