L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

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—Botín de gazapos—

 

A proposito de "Goethe en euskera"

 

Isidoro de Fagoaga

 

Los enemigos del escritor, como los del alma, son tres: el traductor, el cajista y el pagiario. (De propósito omitiamos al crítico, pues, siendo él sólo más peligroso que los tres juntos citados, para generalmente por ser nuestro mejor amigo.) Con las traiciones del traductor, las distracciones del cajista y las piraterías del plagiario podría formarse una vueva Enciclopedia mucho más voluminosa que la de España y, desde luego, infinitamente más amena. Más amena sobre todo para terceros, pues el autor "incriminado" maldita la gracia que le hacen semejantes atentados.

        Me sugiere estas reflexiones o, mejor dicho, me las renueva, el artículo de Justo Garate, Goethe en euskera, aparecido recientemente en estas páginas. El doctor Garate ha sentido de todo tiempo una irresistible vocación por la busca y captura de gazapos. Y debemos reconocer que a menudo cobra piezas de señalada calidad. Esta, por ejemplo, de confundir los genios del aire con los alisos de la tierra, está llamada a suscitar más de una controversia, ya que, como en muchos casos ocurre, el lapsus se ha transmitido a través de una serie de idiomas y autores.

        Por esto mismo, repetimos, no han de faltarle impugnadores, no obstante las pruebas aportadas, incluso gráficas, en el artículo de referencia, pues no en balde desde Goethe hasta nuestros días, han bebido en esas fuentes, que ya pueden calificarse de tradicionales, varias generaciones de poetas, escritores y músicos.

        Adelantemos, por de pronto, que es excusable el error —sobre todo de los que han traducido a Goethe— si tenemos en cuenta que el poema Erlkönig de éste no representa más que un breve episodio, una balada de pocas cuartetas, comparado con la vasta leyenda de Oberón, de Wieland de donde aquél la extrajo. (De Wielan, según mis datos, y no de Herder, como afirma Garate. Mas no lo olvidemos; antes que los dos románticos alemanes, otros poetas —Spencer, Chaucer, Shakespeare— se inspiraron en eta genealogía de leyendas, pero abrevándose unos y otros en la fuente prístina de donde emanan todas ellas: en el Huom de Bordeaux, viejo poema cíclico de más de treinta mil versos, contemporáneo, o poco menos, de la canción de Roldan o Rolando.) La descripción de países exóticos —como eran para la época los tan lejanos de Oriente— tal como se hace en el poema Oberón, hubiese bastado a la mayor parte de los traductores a advertirles se su error; no así, en cambio, las ocho cuartetas de la balada goethiana, cuya acción— hallándose concentrada en el drama del padre que corre anhelante a través de landas y bosques buscando salvación para su hijo sin poder evitar que éste se le muera en sus brazos —absorbe totalmente la atención del lector, pasando a segundo término los otros elementos descriptivos, incluso los de ambiente. Es ese drama patético, precisamente, el que Schubert capta y vivifica con genial acierto y —¡misterios de la inspiración!— el que Beethoven, que también lo intentó, no lograra musicalmente interpretar, dejándonos sólo unas páginas anodinas.

        Otro elemento ha contribuído a su vez a aumentar la confusión: nos referimos a la mitología cuyos personajes, a través del tiempo y el espacio, se transforman y varían incesantemente. En el caso concreto de Oberón, el amigo Garate conocerá, sin duda, la metamorfosis que se opera en este personaje, Rey de los elfos y genios del aire, al trasladarlo al poema El anillo de los Nibelungos: Oberón —en francés Aubéron, Alberón— se convierte en alemán en Alberich, Alperich, Elferich (en una palabra, según la etimología de Landormy, en elf-king, es decir alfe poderoso) que Hebbel, primero y luego Wagner transforman, en sus respectivos poemas, en un personaje de perversión demoníaca, verdadero genio del Mal.

        Si a todo esto agregamos que un autor Grimm (Jacobo), tan versado en materia mitologica —especialmente en la germana y escandinava—, consagrada casi todo un libro a explicarnos el culto que los pueblos nórdicos profesaban al árbol —muy particularmente durante ese período de "retorno a la naturaleza" que caracterizó la segunda mitad del siglo XVIII—, tendremos la clave de la interpretación que dieran tantos traductores de Erlkönig por Rey de los alisos.

        Bastante más inexcusable nos parece la traducción que presenta el Diccionario Enciclopédico Salvat que dejándose de sutilezas, afirma rotundamente que Erlkönig es simplemente Rey de los.... alisios. Casi casi como si dijéramos Lo que el viento se llevó...

        Sybil Dencher, sibilina hasta el exceso, apela a un recurso salomónico y, queriendo armonizar a Wieland con Wagner, salifica a Oberón de Rey de los enanos, recurso... enano y poco concluyente, pues su objetivo no es otro que tener simultaneamente asiento en la misa y en la mesa...

        La desenvoltura de los los traductores aumenta a medida que disminuye su caudal de conocimientos, no sólo lingüisticos, sino los más elementales de la cultura literaria. Para concretarnos nada más que a títulos de obras, vamos a reseñar algunas que sin no revelaran, por desgracia, los signos de una ignorancia tan supina como osada, servirían de von Bern, que no es otro que el de Teodorico de Verona de la epopeya tan popular de la Edad Media, ha sido traducido por Dietrich de Berna. La leyenda Die Rosengarten (El jardín de las rosas), que hace referencia al mismo Dietrich, la han vertido por El jardin de Rosa. Klanglied, que forma parte de la colección de exacto es Canción elegíaca. Zwei Wänderere no son Dos Peregrinos, sino Dos Viandantes. La balada épica Der Pilgrim von St. Just que en español, francés, inglés, italiano y creemos que en otras lenguas más, reza El Peregrino de San Justo, es errónea, pues se trata simplemente del peregrino o, mejor dicho, del monje de Yuste; en una palabra de Carlos V en el retiro del monosterio extremeño.

        Y, de paso, consignemos una ficha: Existe una fábula de la Edad Media, en bajo alemán, de un tal Brant, titulada Narrensciff, la Nave de los locos. Es el título de una novela de Pío Baroja. ¿Coincidencia?

        El ojeo al que me ha inducido al doctor Garate, a través de los ubérrimos campos de los mitos y leyendas germánicos, voy a cerrarlo presentando a mi vez una pieza de considerable peso y que, no obstante hallarse en el coto batido por mi amigo, ha escapado a su fino olfato y puntería. Se trata de otro poema que, como el de Oberón, fue puesto en música por el mismo maestro, precursos del movimiento romántico musical de Alemania: Carlos María de Weber. Y, caso curioso, el objeto de mi hallazgo es precisamente un cazador. Un cazador muy superior a nosotros, amigo Garate, puesto que era nada menos que mago y hechicero. ¿Su nombre?: Der Freischütz. Este título ha sido traducido: Il Franco cacciatore en italiano, Le Franc-tireur en francés y El Cazador furtivo en español. Tres traducciones singularmente coincidentes; tres, como las hijas de Elena y, como ellas, ninguna es buena.

        Son las eternas quiebras de los que, sin analizar el contenido, traducen literalmente y por mera impresión, sin pensar en las varias acepciones que un vocablo pueda tener en ésta o en aquélla lengua. Es, precisamente, el caso de Freischütz. La palabra frei significa, en efecto, libre, más no en este caso. Por extensión, su significado es otro, el de mágico o hechicero. Es el cazador que, según una superstición antigua, muy extendida en Alemania (en Francia la leyenda se desdobla dando origen al Robin de Bois tan admirada por los aficionados al cinematógrafo), hizo un pacto con el diablo para que nunca pudiera errar el tiro. Eso es Der Freischütz, un ballestero (un escopetero en la Edad Moderna) cuyo entretenimiento consistía, como vulgarmente se dice, en poner la donde ponía el ojo. A propósito de este poder brujo, figura en la ópera de Weber una escena cuyo título significativo es La fundición de las balas mágicas En conclusión, el título que corresponde debe ser El cazador mágico.

        Esta cazador, fuerza es decirlo, deja chiquito al doctor Garate y, desde luego, con mucha más razón a mí. De consiguiente, abandonemos los predios germano-escandinavos y volvamos a nuestros lares. También aquí hay caza abundante y nos será fácil ejercer nuestra puntería.

        El problema que Justo Garate plantea en su artículo "Viamontés es Beaunontés"—o viceversa, me parece a mi —publicado en el primer número del presente año del Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos, de Buenos Aires, es de los que merecen estudio. Digamos de pasada que los nombres de Agramonteses y Beaumonteses —"nombres aciagos y malditos", como los califica el maestro Campión—, que tan machaconamente se repiten en la historia de Navarra, inspiran a todos sus hijos una instintiva repulsión. Primero por tratarse de dos bandos que, obedientes sólo a su medro y ambiciones, dirimieron en nuestro suelo sus odios de caciques mayores, y luego por la grafía de sus apellidos, tan ostentosmente foráneos, que despiertan en todo navarro una invencible suspicacia.

        Vamos, por ahora, con uno de ellos, y declaremos que, a nuestro juicio, el doctor Garate sigue una pista segura: Beaumont, debe ser, en efecto, Biamonte. Confirman esta hipótesis dos historiadores que, por el hecho de ser ambos extraños a nuestro país, son testigos mayores de toda excepción: el P. Mariana y don Modesto Lafuente, autores de sendas Historias de España. El primero escribe en el cap. XII del vigésimo libro: "Llevaba la avanguardia D. Luis de Biamonte, forajido de Navarra y despojado de sus estados". Por su parte Lafuente confirma la versión anterior en los siguientes términos: Existían "dos poderosos e implacables bandos, llamados agramonteses y biamonteses. El origen de estas célebres parcialidades fue la guerra que desde 1438 se hicieron entre sí los señores de Agramont y de Lusa en la Baja Navarra, denominándose Agramonteses los que seguían al primero y Lusetanos los que seguían al segundo, y también Beaumonteses o Biamonteses, del nombre de su caudillo Luis de Beaumont".

        Repetimos, la tesis del doctor Garate se halla convalidada por los testimonios de los dos historiadores citados. Mas no basta. Se impone una investigación a fondo de la genealogía de los malhadados jefes, de sus acciones y repercusiones en la vida del antiguo reino, y sólo entonces quedará aclarado cuanto atañe a dichos sujetos y sus nombres.

         "El alguacil alguacilado" de la sátira quevedesca, podría aplicársela al señor P.H. Pons que en su crítica de mi biografia Domingo Garat, el Defensor del Biltzar —critica aparecida en La Petite Gironde de Burdeos—, pone en tela de juicio la nota número 76 del apéndice de mi mencionado libro. La afirmación que a S. Francisco Javier, como a tal santo, le importara poco el "que fuera noble por los cuatro agolorios", no pasa de ser una opinión del señor Pons. Y tampoco es una inexactitud ni un alarde de erudición barata. Si más tarde, al santo navarro, le importaron poco esas veleidades de nobleza, hubo un momento, hallándose en Paris —y a ese momento nos referimos— en que, por razones particulares, se vió en la necesidad de presentar probanza de nobleza y limpieza de sangre. Yo no quise entonces, en la nota aludida, aducir otros pormenores, puesto que la cita era meramente episódica, pero, como por lo visto, el censore o alguacil de marras confunde su ignorancia con mi prurito de brevedad, voy a transcribir aquí la parte más esencial de la ejecutoria de nobleza que ante el Real Tribunal de Navarra provocó desde París "el muy noble Francisco Jasso y de Xabier, maestro en artes y clérigo de la diócesis de Pamplona:""

        La sentencia lleva fecha de 1536 y declara a Fracisco Jasso y de Xabier "hombre noble, etc... hijo lejítimo del doctor Juan de Jassu o Jaso, Señor del palacio y villa de Idocin y Presidente del Consejo de Ministros del Rey de Navarra, y de doña Maria Azpilcueta y Aznares, Señora de los palacios y villas de Azpilcueta y de Xabier, descendiente de sus dichos padres y de todos sus cuatro agolorios... Y mandamos dar al dicho don Francisco de Jasso y de Xabier estas nuestras letras... por las cuales mandamos expresamente a todos nuestros oficiales reales y súbditos de cualquiere calidad y condición y dignidad que sean, al dicho don Francisco y a sus hijos y descendientes tenga, reputen y conozcan por hombres buenos, hijosdalgos y gentileshombres, y los acojan y consientan libremente usar y gozar de todos y cualesquiere officios, onores..."

(Monumenta Xaveriana. Tomo II, Pág. 32-38)

        Nada más, monsieur Pons, y también nada menos.

        Ni convencional ni regicida fue José Garat. Como van para diez años que sostengo esta tesis y son legión los que me escriben pidiéndome más amplios pormenores, les diré —a reserva de explicar y probar cuanto enuncio en la biografía que en su día consagraré al prohombre vasco— que no pudo ser convencional por la sencilla razón que lo impedia una ley presentada por Robespierre y aprobada por los Constituyentes, ley que hacía incompatibles los cargos de ministro y diputado. Y José Garat, el 21 de enero de 1793, en que se guillotinó Luis XVI, era ministro. Y siéndolo, es decir, no habiendo votado la muerte, por no ser diputado es decir, convencional tampoco podía ser regicida. ¿Qué en su carácter de ministro de Justicia hubo de leer al Rey la sentencia que lo condenaba a muerte? Cierto. Mas de ello no se infiere que fuera regicida, como tampoco llamaremos asesino a un señor que nos comunica la celebración de un velatorio o de un entierro.

        Para terminar y puesto que de erratas se trata, consignemos una que se deslizó en mi artículo Un débat historique: Saint Jean de Luz devant l'Assembleé Nationale aparecido en el último número de esta revista. En los comentarios que precedían a la crónica e José Garat, el cajista me hace decir que la sesión por mí recordada se celebró el 8 de junio de 1760, cuando no fue, no podía ser esa la fecha y sí la del año 1790. El amigo cajista —¿quién sabe por qué aversión o misterio aritmético?— puso cabeza abajo al 9 y lo convertió en 6, haciéndome incurrir en un flagrante anocronismo, ya que en 1760 Garat era menor de edad y la Asamblea Nacional aún no había nacido.

 



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