L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

                   - Orrialde nagusira itzuli
                   - Gernika aldizkaria
                   - Ale honen aurkibidea

                   - Ale honi buruzkoak (azalaren irudia eta fitxa)

Aurreko artikulua— Gernika. 25. zkia (1953-urria/abendua) —Hurrengo artikulua




 

 

Neologismos y arte de traducir

 

Nicolás Ormaechea

 

En el Congreso de Estudios Vascos de Biarritz hubo —me dicen— un congresista que se opuso fuertemente a la creación de neologismos en nuestro idioma, y prometió atacarlos con toda su alma. ¿Querría aquel congresista negar a nuestro euskera lo que no se niega al francés y al español ni a ninguna otra lengua, y que, por más cultivadas que estén todavía necesitan crearlos continuamente? ¿Querría reducir las posibilidades nuestras al ideario de carboneros, labriegos y marinos? No, seguramente, y el sentido de su afirmación no sería ese, porque caben otros diferentes.

        También yo me opongo a la creación de neologismos violentos dentro de la lengua misma, y no menos, a empréstitos fósiles y semifósiles a que han abierto franca puerta nuestros innovadores.

Neocompuestos. Ante todo distingo entre neologismos y palabras neocompuestas. No se puede emplear el mismo criterio en nuestra lengua y en las romances en punto a neologismos. Lo que en español o francés resulta neologismo, en vasco no resulta muchas veces tal por la capacidad de composición gramatical de que las romances y el latín mismo carecen. Exacta es la observación que me hacía un vasco de que nuestros aldeanos hablan por neologismos, entiéndase, por neocompuestos. Aquí en Centroamérica en donde distinguen "temblor de tierra, terremoto y maremoto", este último será siempre neologismo en castellano para el labriego de la tierra, mientras el vasco del terruño ni notará que junto a lur-ikara sea neologismo itxas-ikara. Palabras así, neocompuestas, hemos creado muchas estas cincuenta años. También se han inventado de formación viciosa y de formación legítima, pero violentas. Estas no son fósiles, aunque sí indigestas.

        Una de las reglas mal aplicadas ha sido la contracción forzada del vocablo, que quizá, andando los tiempos, el pueblo lo hubiera contraído en la misma forma —ejemplos hay que lo abonan—; pero como dice muy bien don Gabriel Manterola, al pueblo no hay que darle zapatos usados y gastados por los tacones. En esto ha habido también manía de extranjerizar abreviando excesivamente los vocablos. ¿Por qué decir, por ejemplo, saloste en vez de sal-eroste? ¿No tendrán el griego y el alemán palabras más largas, y, sobre todo, sílabas más pesadas por su grupo más fuerte de consonantes? Es criterio de lenguas comerciales, y de sílabas antiestéticas, como lo dije en otra ocasión. Por monosílabos hablan los perros.

        ¿Es nueva la tentativa de ilustrar nuestra lengua elevándola al plano de otras ideas que las vulgares? Para cuando el Sr. Krutwing nos vino en GERNIKA con su artículo "Euskera Euskal-herrian kultur bidea izan ledin" (1952) habíamos escrito Gramática, Estética, Metafísica, Química (Larrañaga), Biología (Ibinagabeitia), Religión, si bien por los azares de la guerra civil no se pudieron publicar. Se publicó, sí, la Física del J. Jáuregui. Y se han publicado artículos de música (Ibinaga) y hasta de Metapsíquica (Mirande).

        ¿Que lo que se ha hecho no vale nada? El tiempo lo dirá. No todos han escrito igual para que se les mida con el mismo rasero; pero el juicio severísimo ha sido contra todos igualmente. Ni la tentativa nos ha concedido Krutwing, y nos ha acusado de "moluscos, kabileños, jebos, etc., etc. (GERNIKA, n. 14, pág. 8, sq.: n. 15, p. 16 sg.). Propone como modelo a Ioannes de Etcheberry a quien nuestras clases altas no han seguido. Supongo que las clases altas serán los labortanos que ...no le han seguido ni poco ni mucho, y ...los carlistas; porque los demás somos moluscos, sin distinción de escritores. Los imberbes que nos siguen harán, sin duda, grandes proezas.

        Explotemos nuestra mina propia, señores Krutwing y Villasante, conociendo bien la lengua de que traducimos o adaptamos y la nuestra propia. Observemos la regla sencilla y sabia de Campión, formulada poco más o menos con estas palabras: "En la composición, los elementos componentes deben ocupar el mismo puesto que fuera de ella en el habla corriente".

        Así evitaremos las formaciones viciosas que ni los mismos clásicos griegos evitaron. Si a alguno le parece que Don Arturo exageró al decir que nuestra lengua se podía parangonar en composición con la griega y la alemana, el académico de la espoñalo García de Diego lo expresó con otras palabras: "el vascuence tiene dentro de sí una vitalidad germinativa de que carecen las lenguas que le rodean".

La ley del menor esfuerzo. Como el componer palabras supone dominio del vocabulario, y algún esfuerzo, a veces grande, en hacer la adaptación, huyamos de la ley cómoda mencionada, que, si es inevitable en la masa, es obligación y tiene su mérito consiguiente en el escritor individual. Aun en español y en francés, a pesar de su limitada composición, pudieran haber aprovechado formaciones más populares, más vivas, sin aceptar palabras inadaptables a menudo fonética y morfológicamente del latín y del griego. Esta mañana, primera lluvia de la temporada, pregunto al mozo encargado si él tenía retirado el pluviómetro. —¿Cómo?, me responde. —El pluviómetro, le repito. No lo entiendo. —El mide-lluvias. ¡Ah, sí! Al momento entiende mi palabra que jamás había oído. Es la diferencia entre la palabra viva y la fósil.

Palabras plebeyas y literarias. En nuestros vecinos ha contribuido mucho a la pobreza de expresión el divorcio entre el lenguaje plebeyo y el culto. ¿Para qué formar castas de palabras por mal entendida separación de clases? Me decía un poeta español que entiende bonitamente el idioma vasco: "A esa sencillez de ustedes pretendemos llegar nosotros". Pero chocan con lo que las gentes altas llaman plebeyez.

Falso pudor. Excluyendo solas aquellas palabras que el género humano procura eludir y sustituir por eufemismos, no hay razón para excluir el uso de otras. Era en aquel tiempo feliz en que revisábamos en nuestra Academia un texto de Geometría elemental que se explicó en alguna escuela vasca, pero no llegó a publicarse. Al llegar a la palabra "centro" del círculo, un servidor propuso zilbor, ombligo, fundado en que en la llanada de Alava, aun en español se dice el zil de las tenazas para decir eje. La misma metáfora empleaban los latinos. Un académico muy pulcro se opuso, porque la palabra le parecía baja. Discurría con criterio del pueblo erudito castellano, no del pueblo llano. ¿Qué hubiera dicho aquel señor, si al llegar a icosaedro hubiera yo propuesto ogeyipurdi "de veinte asentaderas"? La segunda palabra componente no la malicia el labriego de Castilla.

Ley del sonsonete. Cierto pueblo culto aprecia más el sonsonete, una mal entendida sonoridad, que la expresión auténtica. ¿No es en español mucho más vivo y expresivo v.g. "contraveneno" que "antídoto"? Pero a esas gentes les suena mejor el griego que no entienden, y eso lo creen riqueza, no siendo en su lengua sino un fósil más.

        Ley de la elegancia. Una de las cosas peor entendidas en este mundo es la elegancia. ¿Por qué ha de ser más elegante decir color "gris" en vez de color "ceniza", o "grisáceo" en vez de "ceniciento"?

Ley del arcano. Convenido que algunas profesiones, v.g. el moralista y el médico, puedan usar algunos términos arcanos; pero ¿para qué abusar tanto? ¿Y para qué usar y exhibir otros mal formados "otorinolaringia" que hubiera horrorizado a los clásicos y que no admiten gramáticos griegos modernos como Cristódulo?

        Hay que entender al genio de la lengua, y nuestros chorlitos de innovadores nos quieren hacer acomodar la nuestra a otras de genio diferente. Neologismos, sí, pero no de esos fósiles, sino a más no poder. Sigamos nuestra moda y no la ajena, o a ésta en lo que tenga común con la nuestra. A veces no aprovechan ellas sus propios procedimientos. Usan en español la palabra "isósceles", eterno neologismo que habrá que ir descifrando a todas las sucesivas generaciones de niños. Dentro de la manera popular castellana cabe una traducción bien expresiva. Esa palabra significa "de piernas iguales o parejas". ¿Por qué no decir perniparejo así como se dice perniquebrado?

        Lo que la propia experiencia me ha dictado y puede valer para otros, lo reduzco a las tres reglas siguientes:

        1)Dudar de si el original será expresión correcta en gramática general, y si no lo es, corregirla, a poder en la misma lengua de origen. Me ha dado excelentes resultados. Eso que pomposamente llaman cultura consiste en buena parte en ir corrigiendo los conocimientos mal adquiridos. Respecto del lenguaje hay infinito que corregir en nuestras lenguas vecinas. He notado que el traducir clásicos de la antigüedad es mucho más fácil a la lengua vasca, porque sus autores son mucho más correctos. Abandonando la Gramática general y la nuestra, no nos empeñemos en trasladar esos vicios en la traducción. Un amigo mío vasco me preguntaba cómo me las había habido para traducir un escrito suyo español que él no podía. Lo primero que he tenido que hacer —le respondí— es traducir al español popular ese su español de pretensiones, allanando así el camino. Ese estilo genérico, de todos, formulero, semifósil, no se debe traducir a una lengua viva como la nuestra.

        2)Evitar las generalizaciones viciosas. Al irreflexivo Vinson y a otros igualmente irreflexivos no les ocurrió que en nuestra gramática hay muchos más procedimientos generales de expresión que en las romances. Que todas las partes de la proposición —no las partículas, conjunción e interjección— son conjugables y el verbo es a su vez declinable, como dijo Campión. Precisamente ellas carecen de nuestro sistemas generales, y algunos modismos o casos particulares resultan generales en nuestro idioma. Si cada sufijo representa un concepto general y abstracto, ¿no tenemos nosotros sufijos de declinación, conjugación, modificativo, para regalar a franceses y españoles? Lo que pasa es que en esas lenguas hay muchas generalizaciones viciosas, y esas no se pueden ni se deben intentar traducir. Un ejemplo. La palabra acto significa de suyo hecho pasado, y se la emplea para designar cosas que hacer: " los actos de mañana" en vez de los "agendos". Si decimos a un aldeano "bihar egiñak" se reirá a carcajadas. "Atzo egiñak eta bihar egitekoak" corregiría.

        Se generaliza viciosamente la palabra "egoísta" y se la extiende a significar "tuyista, suyista", limitando las tres expresiones —nerekoi, zerekoi, berekoi— a una sola. Lo mismo se diga de la frase "de suyo" que incluye "de mío y de tuyo". La generalización recta de "yoísta" hablando cada cual de sí, sería cadacualista, y de "yoismo" cadacualismo: norberekoi.

        3)Palabras relativas y complementarias. A esta regla importantísima se falta continuamente. Tuve un profesor vallisoletano de madre bermeana que al escribir en latín no admitía términos absolutos como "assuptio B.M.Virginis". Había que expresar su correlativo "ad caelos" so pena se ser tachado con más razón que por emplear un caso por otro. ¿A dónde la hicieron subir? ¿Al asno de San José cuando iban a Belén? En español no hace falta, porque el fósil no se le emplea para otra cosa.

        El cultismo inmoderado ha hecho duras las lenguas modernas. La española era más culta en el siglo de oro que ahora, porque no hay que confundir la cultura de una lengua con la de un hombre. El español medio será hoy hombre más culto que entonces, pero no en el habla. No hemos de imitar a los bárbaros modernos —digo desde el punto de vista del habla puramente— so pretexto de cultura. ¿Qué más da estudiar los símbolos de Química en francés, español, italiano, portugués, o rumano? Si cultificar una lengua es emplearla en todo, no hace falta sino lo que hacen Krutwing y Villasante: llenarla de la noche a la mañana de términos fósiles.

 



Literatur Aldizkarien Gordailua Susa argitaletxearen egitasmoa da.