L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

                   - Orrialde nagusira itzuli
                   - Stultifera Navis aldizkaria
                   - Ale honen aurkibidea

                   - Ale honi buruzkoak (azalaren irudia eta fitxa)

Aurreko artikulua— Stultifera Navis-2 (1983) —Hurrengo artikulua




 

 

Poemas

 

C. Blanco Aguinaga

 

Isla de los faisanes

 

Hay una isla en mitad

del río.

No tiene misterio alguno.

Pequeña,

de perfiles justos,

de árboles pocos y espaciados,

descansa sin detener

la mirada que la atraviesa.

 

Frente a ella,

sentado en la yerba,

estás pescando mientras te vas a ti mismo

desde enfrente

junto a las mujeres

que trabajan la tierra.

 

Silencio y luz

—el agua quieta—

sostenidos

por el ritmo del azadón.

 

La continuidad

pasa por la isla.

nítida, pequeña, limpia.

Y al abismo es insondable.

 

 

 

Nuevo País

 

Alicia

no entendía muy bien

lo del País

de las Maravillas.

El espejo

reflejaba

sus ojazos,

las trenzas,

la mano infantil

con que se tocaba la mejilla,

húmeda todavía

de lavar los trastos.

 

Se pasa un poco el peine.

Piensa

que no ha estudiado

la lección,

que le da vergüenza;

que son ojos idénticos

a los de su madre,

avejentada, hermosa,

sucia,

apoyada en la pared

de la cocina cochambrosa.

 

 

 

Cuando y donde

 

Ponle fecha

porque la historia se va:

limita especifica agárrala.

Oí por ejemplo:

era cuando estaban

los volcanes a la mano

reflejando todavía en su luz

la presencia inmensa

de mi general:

cuando en un banco de la Alameda

te daban tu primer cigarro. Es decir:

después de una clase de biología

sin dinero

pare el cine del sábado,

libre de dichas y panas,

llegado de otro mar,

albureando,

sin entender cuánto cambiaba

el mundo,

que quien se iba eras tu

y todos contigo.

 

¡Limítala! Ponle fecha.

 

México Distrito Federal, por la tarde,

entre al gobierno de Camacho y el de Alemán.

 

 

 

Fútbol Americano

 

En la calle de Parras

los niños bonitos

se vestían de uniformes

para ti

desconocidos.

Pasaban echando tipo

y perdonándonos

la existencia.

 

Luego peinarían copete,

luego tendrían novia,

se casarían, al fin,

con niñas bonitas

y serían hombres de empresa

con otro uniforme

también colonizado.

 

 

 

¿Qué se hicieron?

 

Oirás acaso, que para qué

te hablo de estas cosas.

Has recorrido esas calles

como yo

bajo la lluvia de entonces

y la de ahora,

bajo la nueva y vieja luz

y confío en tu memoria.

Tú me sabrás decir

—por ejemplo—

qué se hizo del López,

del Meseguer,

del ingeniero,

de aquel que tan joven,

tan grotesco,

se quejaba ya de la puñetera

antiplanicie.

¿Qué se hicieron?

Estamos hablando

de la niebla intocable

y cercana de los volcanes.

de aquella luz prodigiosa

en que se sostenían

la ignorancia y el asombro

que compartimos

cotidianos.

De un ir y venir por calles,

estar en esquinas las horas muertas

subir por azoteas,

conocer cada rincón

del centro y da algunas colonias,

tomar un zócalo por Tacuba

cualquiera:

campos de fútbol en Balbuena

o la Yeguita

y en ocasiones importantes

el Plan Saxenal.

Cuando

—ya en La luneta

de cualquier cine,

en la banca de varios parques—

llegamos a los pechos de las amigas

era mucho más tarde.

Sin saberlo nosotros

la ciudad crecía desmesuradamente

y en pocos años

desaparecerían los volcanes.

Todo ello está ahora

perfectamente explicado

en estudios que cuentan

la verdad general da las cosas.

Y tú y yo, aquí y ahora,

lo entendemos casi todo

casi perfectamente:

nuestra misma continuidad

y nuestras rupturas.

Entonces,

me dirás,

¿por qué preguntas

qué se hicieron tú y yo?

              ¿Qué se hicieron?

 



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