Txistu y Tamboliñ... y hankaputa, la bizca y la teta prometida
C.L.G
Pero, al final,
sólo quedaban noches iguales.
Las paredes negras de mi habitación
invitaban al suicidio de una ventana
abierta a la muerte de cinco Pisos
con vistas al exterior,
agua caliente,
ascensor,
y unos cuantos negros
tocando jazz en una esquina.
Afuera el calor trataba de abrirse paso
entre la congoja de una tierra abierta,
si, abierta, escondiendo todos los deseos
tuyos y míos;
tras las persianas bajadas
escondíamos también nuestras pasiones.
El reloj del pasillo
lanzó el alarido cansino de las once.
Las calles dormían ya,
sólo se oía el crepitar de tus huesos
en mi carne,
mientras el reloj terminaba de dormirse
en las once y venticoito.
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