La edad de la anorexia
J. Garziarena
Anorexia y bulimia: dos males de siempre que hoy aquejan más que ayer (¿pero menos que mañana?) a la política, la economía, las artes, la cultura y demás actualidades de prensa. Al deporte no, eso sí que no, que a los deportistas les corresponde el papel social de superhombres de la raza del bienestar, el de mitos de una juventud avasalladoramente competitiva y el de gladiadores de un circo despiadado como la vida misma.
Bulimia y anorexia, dos males adolescentes, propios del mundo de la pasarela, o lo que es lo mismo, del triunfo del espectáculo mercantil y del comercio de la mercancía humana. Dos males dignos de una sociedad puede que ya no sólo infantilizada por obra y gracia de la herencia cultural que nos legó la beatífica imbecilidad de Walt Disney, sino inmovilizada por la proliferación de castratri con anorexia y de sedentarios con bulimia, unos varados por la inconsistencia para el movimiento y otros por el peso de la cultura basura.
Lo más sorprendente de la edad de la anorexia es la total incapacidad para la intervención y el movimiento que desarrolla. ¿No habrá alguien capaz de dar un paso adelante y hacer siquiera un gesto? ¿Nadie va a arrojar el televisor por el balcón? No. Nuestros televisores son demasiado bonitos, completamente de diseño y en estéreo digital, ¡y qué definición de imagen! Las espuertas de basura que entran por el tubo multicolor son, míralo, de un inequívoco color marrón mierda. Pero la mierda no huele a mierda porque las anoréxicas de la pasarela cagan marrons glacés y nadie hará un gesto, ni siquiera el gesto de arrojar contra la pared un simple transistor.
Cuanto hay que contemplar en el panorama de las actualidades políticas emitidas por nuestros estilizados televisores y transistores es, de un lado, la obscena presencia de una derecha cuyo liberalismo bulímico no conoce freno y, de otro, el simulacro de una izquierda anoréxica sin fuelle, cuando no más despistada que un boxeador sonado. Y lo que sirve para las actualidades políticas de la televisión y la radio, vale para unas actualidades culturales que se debaten entre el terror del castrati a perder la gracia de la subvención y la bulimia de una masa informe que come la mierda sociológicamente avalada por el consumo multitudinario. Las artes, por su, parte, han reconocido abiertamente su impotencia para la intervención, si no su condición de cadáver exquisito, y desarmadas y cautivas han entregado sus últimos baluartes al mercado. En manos de la técnica mercantil, o sea de los llamados «técnicos culturales» (es decir, de los aparatos de control, subvención y propaganda), contribuyen alegremente a la anorexia general desde una bulimia indiscriminada. ¡El que tenga algo que decir o hacer que se quede quieto y que se calle!
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