Las «mandauliyas»
o el zumbar de las moscas cojoneras
Gorrishko Garziarena
Todos los que andamos por el monte conocemos a las «mandauliyas», a las moscas de macho. Al dar una vuelta en el camino y cuando haces un alto para contemplar el horizonte viene zumbando, se te pega en la cara, en el cuello, se te mete por la solapa de la camisa y te puede llegar a la entrepierna y acomodarse allí pegada como una lapa. ¡Y es difícil arrancarla! Algunas veces lo logras pero al rato aparece, insiste, vuela, y se vuelve a pegar.
Hoy día, por estos andurriales del 98, andan sueltas y a capricho. Esperan emboscadas a que pase algo voluminoso y ¡zas! se pegan para toda la vida.
Las hay chiquitas, jovencitas, casi como mosquitos, y otras gordas que ya parecen abejorros, pero son moscas, moscas cojoneras. En este 98, por efecto de la lluvia y de la primavera adelantada, han aparecido pronto, y claro, como los del 98 andaban sueltos se les han pegado con fruición; así Baroja lleva su mosca cojonera en Umbral que no lo deja ni de día ni de noche, a Don José Ortega y Gasset se le ha pegado Gregorio Morán, a Valle Inclán un tal Trapiello, y el niño Prada anda revoloteando alrededor de muchos calzones.
Esperemos que al llegar el otoño, con los primeros fríos y con los estómagos llenos, aflojen y nos dejen en paz. Si persisten habrá que llevar en el bolsillo el catálogo de bombos mutuos para saber dónde se albergan y echarles un poco de flit, o quizás sacar unas cuantas teletontas por delante para que los cobijen. ¡Pobres viejos estos del 98 cada uno con su mosca cojonera!
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