L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

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Irakurri Julio Caro Baroja

 

Balendin Garziarena

 

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        (...) Si el perfil geográfico, comparado a una piel de toro, nos obliga a la convivencia, tendremos que considerar siempre que el viejo tartesio no se parecía al cántabro, y que el celtíbero no era como el galaico; lo mismo que el gallego no es igual que el andaluz o el catalán no se parece al castellano. Hay que establecer formas de convivencia: pero parece que las que quisieron imponer los ministros del primer Borbón, Isabel II o Alfonso XII no son buenas y que la Monarquía actual quiere y debe evitarlas. Ni con ella ni bajo otra forma de magistratura se puede «castigar» al mismo pueblo (Euskal Herriaz ari da, noski) en nombre de la «unidad» y unas veces por el concepto A (por revolucionario), otras por el B (por beato, carlista y retrógado) y otras por el C (separatista). Siempre con los viejos odios debajo. Las últimas asambleas de San Sebastián y otras partes lo indican. No volvamos a 1794, a 1839, a 1876 ó 1936. Menos aún a 1970. ¿Cómo convivir, ya que no con hermandad por lo menos con cierta serenidad? Desde luego, hábitos malos, contraídos desde la escuela, hacen que esto sea muy difícil. Las antipatías mutuas en España son clarísimas. Un señor que amablemente me ha escrito desde Madrid, comentando uno de mis anteriores artículos, me hace la observación de que en castellano no hay una palabra despectiva para designar el vasco, como la de «maqueto», con que algunos vascos designan a los castellanos. Acepto la observación... Pero si no hay palabras, hay conceptos. Por ejemplo, el de «vizcaíno burro» sirvió a Cervantes para bordar tres párrafos de tres obras distintas, y era tan vulgar en el siglo XVII que, según Lope de Vega, en ciertas jergas de delincuentes al borrico se le llamaba «vizcaíno». Y hace poco, dejando declaraciones magistrales aparte, hemos oído repetir el hermoso concepto de que hay que acabar con todos los vascorros: con una significativa aspiración en lugar de s. Cosas de taberna o de quintos que discuten. No: cosas de gente con «ideología». Porque ahora, por arte de birlibirloque, resulta que lo del «racismo» vasco lo saca también a relucir la gente que estuvo enamorada de Hitler, allá por los años de 1940, a los que un flamante catedrático de Medicina que no hay por qué citar por su nombre, descubrió que los castellanos eran los genuinos representantes del germanismo, del goticismo más excelso, y que los vascos y los catalanes representaban la raza semítica... Pongámonos en nuestro sitio. Yo no voy a negar que hay y que ha habido cierto racismo vasco, porque lo he estudiado y a alguien del país le molestó lo que dije, textos en mano. Pero también hay un viejo racismo goticista (ridiculizado aún por los canarios) que he estudiado asimismo, y en materia de orgullos raciales y jacarandosidades copleras no creo que en la península haya pueblo que no sea etnocéntrico (...)

 



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