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Accidentes normales

 

Aibar Garziarenak Maastricht-etik

 

El cuatro de octubre del año pasado un avión Boeing 747 se estrelló contra dos edificios de viviendas en Bijlmermeer, un barrio de las afueras de Amsterdam. Mientras los bomberos intentaban apagar el fuego y las sirenas de las ambulancias todavían podían oírse, los expertos se apresuraron al lugar de la catástrofe para averiguar las causas del mismo. Enseguida se hizo evidente que el avión había perdido dos de sus cuatro motores, posiblemente después de que se incendiaran.

        Una vez que la hipótesis de un atentado terrorista fue descartada, la primera atribución de responsabilidad fue dirigida a la tecnología misma. El titutar de un importante periódico holandés decía: «Causa del accidente: "fallo técnico"», El fallo técnico se relacionó en ese primer momento con posibles errores de fabricación o mantenimiento. Pero el debate no acabó ahí. El gran número de muertos hizo que la búsqueda de culpables o responsables propiciase nuevas preguntas. (1) Las acusaciones dejaron entonces el ámbito de las máquinas y entraron en el dominio de los actores humanos. ¿Acaso no fue la elección de una ruta concreta para volver al aeropuerto de Schipol, lo que determinó el trágico destino de las víctimas? En lugar de «fallo técnico», comenzó a hablarse entonces de «fallo humano»: era al piloto al que se había de culpar.

        El proceso de extraer sucesivas capas a la tecno-cebolla, sin embargo, tampoco acabó ahí. Otros interrogantes comenzaron a formularse en algunos medios: ¿debemos aceptar que las líneas de vuelos regulares pasen sobre zonas densamente pobladas?, ¿debemos permitir que un aeropuerto se construya a muy pocos kilómetros de una gran ciudad? Estas cuestiones apuntaban a un nuevo orden de causas: «fallos de diseño urbanístico». El debate había dejado poco a poco el ámbito estrecho de las cuestiones «meramente» técnicas relacionadas con dos motores de avión, para poner en duda las decisiones políticas que se hallan involucradas en la planificación de las ciudades modernas: ¿se habían tenido beneficios como los riesgos económicos, sociales, ambientales y psicológicos que plantea la construcción de un aeropuerto?

        Con la última etapa de nuestra tecno-cebolla nos adentramos en una perspectiva todavía más amplia, en la que el vértigo puede empezar a afectarnos. Aviones, aeropuertos, grandes ciudades, etc., son elementos que tienen mucho que ver con nuestra forma de vida. No es que la tecnología tenga ciertas consecuencias en nuestra vida: hoy en día la tecnología no es un elemento externo sino algo que vivimos. El tráfico aéreo, en particular, es un factor integral del comercio moderno, de la industria turística y de las comunicaciones internacionales; aspectos que en gran medida definen nuestra cultura moderna. En cierto modo es posible calificar accidentes como el de Amsterdam —o los más recientes hundimientos de petroleros— como de «normales», es decir, consustanciales a la estructura de nuestra cultura tecnológica. ¿Deberíamos dejar de hablar por lo tanto de fallos «técnicos» o «humanos» para explicar este tipo de catástrofes? ¿No sería más adecuado hablar de «fallos en el diseño de la cultura», de nuestra cultura tecnológica? ¿A qué preguntas nos tendríamos que enfrentar entonces?

 

(1) Por cierto, la mayoría de víctimas eran emigrantes asiáticos, en gran parte ilegales. Como medida de desagravio el ayuntamiento de Amsterdam hizo público que a los supervivientes residentes en los edificios afectados, se les concedería un permiso de residencia en los Países Bajos. A la mañana siguiente una gran cola de varios centenares de emigrantes ilegales se formó frente al edificio de la policía. Muchos de ellos habían dejado apresuradamente sus casas en otros puntos del país, e incluso en Alemania y Bélgica, al oír la noticia. Todos afirmaban vivir en los edificios siniestrados.

 



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