La música es un minero
Maite Garziarena
La música es un minero que revolviendo el interior extrae pequeñas pepitas de oro. Esa canción te trae al recuerdo aquel momento. Quedas como suspendida, inmóvil. Poco a poco se va soltando el nudo, y sabes que aun queriendo alargar el instante, éste huye, quizás por mucho tiempo.
Esa otra canción te trae, juega, te empuja a veces. Cantas con ella en su corto viaje. Juegas a perseguir su melodía, imitándola, improvisando. Te enfadas con ella porque te hace esperar el momento en el que explotas.
Una canción te atrae, sin saber por qué. Un giro, la voz, algo. El misterio te obliga a seguirla, ¿eres tú el misterio? A otra ya la esperas, la intuyes o la sabes antes de oirla y eso no es casualidad.
Una canción llena el tiempo, estira los tres minutos... pero también el espacio. Hasta debajo de la alfombra puedes encontrarla. Sales a la calle y ahí está. No te deja en paz. Empieza a ser incómoda. ¿Cómo librarse de ella? Te persigue, huyes. ¿Hacia dónde?
Ah! pero la música es también muy socorrida. Dicen que hasta terapéutica. Puede apagar silencios incómodos alrededor de unos vasos de cerveza; con suerte, duermes al niño; las gallinas dan más huevos y las vacas más leche; quita peso a la soledad e incluso cuando pides ayuda y gritas "¡Socoooorrooo!!!" es como si hubieras compuesto el arranque de la exposición de una sinfonía de Malher.
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