Lekeitio, 1912ko Abuztuaren 11
Escurza izeneko arrantzale lekeitiarraren odisea transkribatzen dugu jarraian. 1912ko Abuztuaren 11 zen, San Clara eguna, «San Nicolás» lantxa arrantzara atera zenean Lekeitioko portutik... baina eman diezaiogun hitza patroiari berari:
«El 11 de Agosto de 1912 salimos de Lequeitio en la lancha "San Nicolás", para la pesca del bonito. Yo era patrón, y conmigo venían otros siete hombres. Cuando estábamos a unas 28 millas al Norte de Bilbao, viento Sur había, mar bella. Al anocheser, al ver el buen tiempo, arriamos las velas para pasar la noche; pero hasia las nueve, trajo una galernilla con lluvia, galernilla que cada ves aumentaba, cada ves hasía tiempo más fuerte. Al ver aquello dije: las velas habrá que isar. Y se isó la vela pequeña de proa, las seis varas para volver a Bilbao, escapando del mar. Cada ves el viento era más fuerte, traía mar. Golpe de mar trae, dije yo, al ver aquello. El sielo se puso oscuro, oscuro, no se veía nada y un ruido horrible hasía el mar. Un golpe se nos llevó el compás, y llenó la cubierta de agua. Ya nos asustamos, ya, pero sin pensar que podríamos perdernos. El susto nuestro, no era nada... Siegos, porque no se veía nada; sordos, porque la mar al desmontarse y levantar olas como casas y todas seguidas, no se dejaban oír; la embarcasión se puso quilla al sielo, y todos los hombres caímos por la amura de babor. Vosotros que habéis vivido siempre en tierra, que ni los terremotos conoséis, no sabéis lo que es aquello. Embarcasiones de treinta pies, de más pies también, andan como peleles ensima del agua. Uno de los hombres se puso ensima de la quilla, ya se consiguió aquel estarse... Yo tenía confiansa en los golpes de mar, y ayudando un poco nosotros, pondríamos otra ves en su sitio la lancha, y grité a los muchachos que se aguantarían lo que podían. Yo, a un palo que había allí me agarré con todas las fuersas, cuando se venían, los golpes de mar... Allí todos resábamos, ¡gure Antigua'ko Amabirgiñia, libragaizugu! se oía por todas partes, como si se quería romper el ruido de las olas con las orasiones... Poco a poco, paresía como que se iban poniendo lejos los que resaban. Yo me creía que se iban a la deriva, todos vivos... Al fin, no oí los resos de la gente, sólo el ruido del mar y del viento. Yo veía, en medio de la oscuridad, al hombre que se estaba en la quilla y le dije que se quitaría de allí porque la barra del timón le podía romperle los brasos. Y aquel hombre, se tiró adonde yo estaba. Era Víctor Laca, que se agarró al palo que yo tenía. Luego llegó Bengoechea. Eramos tres, y para alargar angustia nuestra, la mar que paresía un volcán, nos trajo otro palo. Con ella, y siempre aguantando las oleadas terribles, con la cuerda que sujetaba al otro palo amarramos, y con grandes trabajos amarramos los dos palos uno a otro, formando la Crus de San Nicolás. Y llegó otro hombre, Víctor Basterrica, que se puso en una de las aspas de la crus, pero como atontado estaba, y al cabo de un cuarto de hora, desaparesió para siempre en medio de aquella oscuridad. Tres nos quedamos entonses en medio de aquella oscuridad, cada uno en una punta de la crus... Entonses volví a oír los resos de los que luchaban, en la esperansa de que la embarcasión se pondría en pie... No sé si era ilusión, o eso que disen que es como un sueño cuando se está despierto... porque otra ves no se oía más que el ruido de la mar y el viento, ni un ¡ay!, nada de hombres... Una misa que ofresca a la Virgen de la Antigua el que se salve, dijimos nosotros. La noche paresía de treinta años, y queríamos que llegara el día, aunque sólo fuera para ver agua y sielo. Era espantoso, olas como casas de grandes contra nosotros, como de rabia porque no nos podía tragar como a los otros; nos aferrábamos al palo, hasta que pasaba, sin alentar, para no tragar agua en cada golpe de mar.
«Al mediodía del trese, me dijo Laca: ¡Ay! Daniel, yo ya no puedo aguantar más, di a mi padre y a mi madre que no podíamos... Un golpe de mar lo lansó a ocho metros y se hundió como una piedra. Al cabo de dos horas, me dise Bengoechea: primo, también a nosotros nos tiene que llegar. No seas tonto, aguanta... aunque sea a la playa de Fransia iremos, y hasta que toquemos la tierra con los pies, no nos levantaremos. Al poco, el pobre empesó a delirar, !qué tintura de anchoa o sardina! me dijo. Yo creía que era broma, pero me llamó la atensión aquella salida, le puse el dedo delante de los ojos, y no veía. Otro golpe de mar le tiró a unos treinta metros, para otro golpe volverle al palo, al que se agarró en su agonía, con un continuo rascar de la madera como buscando el apoyo del cuerpo. Un terser golpe lo tiró al mar para ya no salir.
«Toda la noche del trese al catorse, la pasé sólo. Al amaneser vi la tierra de Lequeitio, vi la playa de besugo que llamamos Arrichu... En Lequeitio, pensaba yo, creerán que me he metido en el fondo como los otros, y no saben que estoy aquí.
«Hasia las onse de la mañana vi tres vaporsitos, que se habían salido en socorro de los náufragos. Todavía había bastante mar. Les vi pasar, grité, anduve el braso por arriba para haser señales, pero se alejaban sin verme... Sólo los churrines, esos pájaros de la mar, eran mis amigos, que se me ponían en la cabesa y en los hombros. A las dies de la mañana pasó el vaporsito de Lequeitio "Antigua'ko Ama". Nadie me vio. Volví a gritar, anduve los brasos al aire y nadie me vio. Tenía mucho sueño y mucha ses, el pescueso me dolía de tanto mirar a todas partes en el horisonte, a ver si venía algun barco. Para descansar, ponía el puño serrao en el palo de la crus, luego otro puño ensima, okotza ensima para descansar la cabesa. Tenía sé y sueño. Por la tarde me cuadré, en la altura de Deva-Guetaria... Por el Este pasaban los vaporsitos de Ondárroa y Lequeitio buscando a los náufragos; por el Oeste los de San Sebastián y Guetaria... Y yo que veía la salvasión serca, pedía y resaba a la Virgen de la Antigua, para que me vieran en la noche aquellos hombres que habían salido para salvarnos.
«En la mañana del día quinse, día de la Virgen, sentí miedo. Era la fiesta grande, día de bandera de la Cofradía, y que no sale ninguna embarcasión a la pesca. No podía esperar de mis compañeros, pero quedaba la esperansa de las embarcaciones de arrastre de San Sebastián y Pasajes, que podían recogerme, ¿si no?... Sin embargo esperaba llegar a Fransia, y salvarme en último caso.
«Buen tiempo amanesió el día de la Virgen. Vi las parejas de mamelenas, a unas dies millas de la costa. Derechos venían los vapores, al palo. O me cogían o me hundían para siempre. Pero hiso la guiñada hasia tierra. Grité, como no había gritado en mi vida, porque veía la salvasión sólo en los vapores mamelenas. No me oyeron, y se marcharon tres millas al Este, apartándose de mí.
«Como los barcos no me veían, hasía lo siguiente: los churrines estaban en la cabesa y espalda, las dejaba estar, y cuando creía que miraban desde los vapores, sacudía el cuerpo y lansaba un fuerte ¡eup! Las aves volaban alrededor mío, para volverse a posar otra ves. Este último barco, noté que por fin, del puente había movimiento, corriendo los tripulantes de un lado a otro. De pronto vi que arriaban un bote y venían hasia mí. Quise desprenderme de los palos, y salir al encuentro nadando, pero me ordenaron ¡espera, que puedes ir al fondo!
«Cuando llegué al barco me preguntaron: ¿Habéis naufragado anoche? No, estoy desde el día 12 en el agua. ¡Desde el día 12! repitieron asombrados.
«Y así, después de recorrer más de sesenta millas, me recogieron y llevaron a San Sebastián, a pesar de que les dije: Por mí podéis seguir pescando y luego iremos al puerto.
«Me llevaron seguidamente a San Sebastián, y cuando me recuperé, fui resibido por S.M. Alfonso XIII, que me nombró desde entonses patrón de su gasolinera "Fakun-Tuzin", y de la que estuve en servisio hasta que vino la República».
La villa de Lekeitio, Francisco de Ocamica. Diputación de Vizcaya, 1965.
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