¡Ay, mi sacristán de Mendaro!
Así solía decir, en voz baja, la reina Isabel II siempre que le dirigían una arenga larga, aludiendo a que cuando en 1845 visitó las Provincias Vascongadas y llegó con su séquito a Mendaro (Guipúzcoa), los vecinos del pueblo acordaron ofrecerle unos bizcochos, de los ricos que allí se elaboran. Pero como ningún mendarense se atrevía a presentárselos, el sacristán, que sabía algo de castellano y que debía de ser hombre despreocupado, se encargó de la solemne misión.
Efectivamente: cuando la Reina, acompañada de su madre María Cristina y de su hermana, llegó al pueblo, el sacristán le ofrendó los bizcochos, diciéndole:
"Reina nuestra. Mendaro mejor que esto no tiene. Come estos bizcochos con la madre y la hermana, y piénsate que con el corasón te damos."
Fue el del sacristán de Mendaro el discurso más corto y más sentido de cuantos hubo de soportar durante su reinado. ¡Cuántas veces lo recordó!
Conozco otra versión más auténtica que la anterior. Como que la dio el Boletín Oficial del Ejército del 10 de Septiembre de 1845.
Según ella, cuando en agosto de dicho año Isabel II y su madre, doña Cristina, recorrían Navarra y las Provincias Vascongadas, a su paso por Mendaro les regalaron un gran bizcocho, con una corona real (de bizcocho también) encima. El alcalde, al entregarlo a Isabel II, dijo textualmente:
"Señora. Este biscocho haser en Mendaro pa ti. No haser otro cosa en Mendaro. Solo haser biscochos. Parte, pues, esto con la madre."
Y añade el Boletín Oficial:
"Hízole a la Reina esta arenga mucha gracia; pero más aún en la iglesia, al comprobar que el regidor, el de la arenga y el sacristán eran el mismo."
Y a propósito de Isabel II y de los vascos. Cuando la reina se bañaba, no sé si en Zarauz o en Lequeitio, acompañada de un bañero, este, al llegar un ola, solía decirle, con la más estupenda naturalidad:
¡Reina; mete cabesa!
El porqué de los dichos, José María Iribarren, Aguilar, 1974
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