L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

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Las inquietudes de Santi Doneztepe

 

Pero tengo un deber hacia Euskadi:

Guardo su honor en mis manos.

Tierra encantadora que empuja

A poetas y artistas al exilio,

Y que, con fino humor, ha traicionado

A sus mejores hijos, uno a uno.

Humoradas vascas, húmedas y secas,

Arena ardiente en los ojos de Aresti...

Oh, Euskadi! Mi primer y único amor

donde Cristo y Moloch son uña y carne.

                                Santi Doneztepe

                                (Cahier d'Anglet)

 

Cruzaban el jardín lleno de hierbajos. El decano venía hacia ellos, leyendo las horas a lo largo de una de las paredes. Antes de dar la vuelta, se detuvo un momento y levantó los ojos. Se saludaron. Siguió adelante en silencio. Al aproximarse al frontón, oyeron los golpes de los jugadores y el chasquido húmedo de la pelota, y la voz excitada de Patxi, que gritaba a cada pelotazo.

        —Son esta raza y este país y esta vida los que me hen producido —dijo Santi—. Tengo que expresarme como soy.

        —Procura ser uno de los nuestros —repitió Iñaki—. Tú eres abertzale de corazón, pero el orgullo puede más en tí.

        —Mis antepasados arrojaron su propia lengua para aceptar otra —dijo Santi—. Permitieron ser sometidos por un puñado de extranjerizados ¿Te imaginas acaso que voy a pagar con mi propia vida y persona las deudas que ellos contrajeron? ¿Por qué he de hacerlo?

        —Por nuestra libertad —contestó Maki.

        —No ha habido un solo hombre honrado que os haya sacrificado su vida y su juventud y sus afectos, desde los días de Meabe a los de Aresti, sin que le hayais vendido al enemigo o abandonado en la necesidad o traicionado. Y ahora me invitas a que sea uno de los vuestros. Antes de eso, podeis iros a freir espárragos.

        —Sucumbieron por sus ideales, Santi —dijo Iñaki—. Nuestro día ha de llegar, créeme.

        Santi se quedó callado por un instante, mientras seguía su propio pensamiento.

        —Nace el alma —dijo por fin, abstraido— en esos momentos de los que te he hablado. Su nacimiento es lento y oscuro, más misterioso que el del cuerpo mismo. Cuando el alma de un hombre nace en este país, se encuentra con unas redes arrojadas para retenerla, para impedirle huir. Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de pueblo. Esas son las redes de las que yo he procurado escaparme.

        Iñaki arrojó la colilla encendida.

        —Pero el pueblo de uno es lo primero —dijo—. Euskadi primero, Santi. Después bien puedes ser poeta o místico, si quieres.

        —¿Sabes lo que es Euskadi? —preguntó Santi con glacial violencia—. Euskadi es la cerda vieja que devora a su lechigada.

        Iñaki no replicó, y, en vista de ello, Santi prosiguió:

        —¡Aupa gizona! ¡Jeiki Mutil! ¡Goazen gudari danok ikurriñen atzean! ¡Bat, bi, bat, bi, bat, bi...!

        —Eso es otra cuestión —dijo Iñaki—. Yo soy un abertzale primeramente y antes de nada. Pero eso está en tu naturaleza. Tu has nacido para burlarte de todo, Santi.

        —Cuando os lanceis a la insurrección, armados de vuestras palas de frontón —dijo Santi—, y tengáis necesidad de los indispensables confidentes, no dejeis de decírmelo. Yo os podría encontrar algunos en esta Santa Casa.

        —No te entiendo —dijo Iñaki—. Otras veces hablas en contra de la literatura española. Ahora hablas contra los dirigentes del pueblo vasco. ¿Dónde dejas tu nombre, tus ideas? Pero... ¿eres realmente vasco?

        —¡Ven conmigo al departamento de Historia de Vizcaya —contestó Santi— y te enseñaré mi árbol genealógico!

        —Entonces, sé uno de los nuestros. ¿Por qué no aprendes euskara? ¿Por qué dejaste las clases de Euskaltzaindia, después de la primera lección?

        —Tú sabes la razón por la que lo hice —contestó Santi.

        Iñaki meneó la cebeza y se echo a reir.

        —¡Vamos hombre! —dijo— ¿Es por aquella chica y el Aita Zarratua? Eso son sólo fantasías tuyas, Santi ¡Si estaban solamente charlando y riendo!

        Santi hizo una pausa antes de contestar, y posó amistosamente su mano en el hombro de Iñaki.

        —Lo individual es la única realidad en la naturaleza y en la vida —dijo—. La especie, el género, la raza, la nacionalidad, en el fondo no existen. Son abstracciones, modos de designar, artificios. Sólo el individuo existe por sí y ante sí. Soy vivo: es lo único que puede afirmar el hombre.

        Iñaki se levantó del cajón en el que había estado sentado, y se dirigió hacia los jugadores meneando la cabeza tristemente.

        —Demasiado profundo para mí —dijo.

        —Tú sospechas —le gritó Santi acercándose a él con una especie de media risa— que yo soy importante porque pertenezco al faubourg Saint-Ignace, llamado Euskadi en obsequio a la brevedad.

        —Yo iría aún más allá —insinuó lñaki.

        —Pero yo sospecho —interrumpió Santi— que Euskadi debe ser importante porque me pertenece a mí.

        —¿Que pertenece...? —preguntó lñaki, antojándosele que quizá había entendido mal—. Perdona ¿Qué es lo que tu...?

        Santi visiblemente malhumorado, lo repitió, añadiendo:

        No podemos cambiar de país. Cambiemos de tema.

        Ante esta pertinente sugerencia, Maki bajó los ojos, pero con perplejidad. Con un toque de temor por su compañero, a quien escudriñaba furtivamente con aire de consternación, evocó en su mente ejemplos de personas cultas que prometían tan brillantemente, malogradas en el capullo de la decadencia prematura, sin poder echar la culpa más que a ellos mismos...

 



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