Javier Agirre Gandarias. Poemas
Poemas
Javier Agirre Gandarias
Hormigas
Montadas encima de los párpados, entre el rumor de la hierba
en sus olvidos gozosa, finas hormigas:
Inventariadme las tardes otra vez, las noches que colgaron
de los cerezos en pureza plena.
Tomad las cercas para siempre; esas delgadas que mantuvo la frente.
Caricia
No saber nada que sea ajeno:
mientras dura la repentina caricia
y, con los ojos cerrados, advertimos la excelsa mejilla
de otros cielos que sobreviven a éste
Segundo motivo
Es cierto. Entonces lloraréis el delgado dedo
amante de unos hijos, la sábana en las esquinas
del cuarto con algunas caricias olvidada, la frente
de honrados pensamientos y, quizás, su noble incompetencia.
Pero nunca, nunca, aquel alma incontenible del asesino
o sátiro sin redención en este mundo ni en ninguno,
humillado en el suelo azul de los jardines. Es cierto, oh altas
oh suave y bondadosa mentira de las lágrimas
hubiéramos podido decir tantas palabras bellas sobre un rostro.
Niño
Y vivirás, en los tronos de la tierra
hay sitio para todos. Cuida tú, buey, la llaga
perfecta de la noche. Y tú, vapor del borriquillo
en angulación del pesebre, dále el aliento
al que ha nacido de un vientre tan amargo.
Todo lo que ves es un Dios lleno de instrumentos
que conocen la justicia. Nunca vivirás al margen de los tronos
de la tierra, oh niño silenciado cada noche: Llora
y débele mucho respeto a ese contable altísimo
que nunco pudo amarte por error.
Begoña
Tardes más chiquitas, botones de lana azul en el abrigo
como pequeñas lunas tristes y redondas.
Dorado perfil de los montes, plazoleta de ausencias
del Carmelo en el corto calor de un mediodía: Misma
lluviosa altura de madre
por todas estas huertas extendida
Bilbao
Saben sus aguas de los cielos tirados en cartones
los puentes transitados de gaviotas. Del corazón
huraño y solo sabe, y los anchos corredores que hubo
los largos ventanales. Sabe que no ha de quedar
ninguna cosa que esté viva mientras va mirándose
por las piedras, las rotondas, y en sacos de arpillera embutidos
suben los muertos para estar al lado de los muertos.
Flores
Llegaron caída la noche
por las campas,
extendidas de perfil,
a compartir su amarilla corona
con el dedo de la zarza,
el breve pasmo
de su voz mimosa.
Ligera numeración silvestre
de un sueño caído,
bellos instantes que hoy rememoran
mientras tratan de hallar
alguna huella del perdido paraíso
atisbando con largas ojeras
y, en general, melancólica figura,
sobre las quebradas tapias de un jarrón
desde el que pueden ver cómo se aman
los dueños de las flores y la casa:
un ingeniero presuntuoso y una rubia
gordita que finge para él un edén de porcelana
Entonces
Si, entonces te llamarán desde la pensión que está
encima de las vías. Entonces es: cuando digan
las últimas luces su promesa sobre el puente
y unos de esos borrachones arrimen por allí
el hocico en desconfianza, observando cómo nada conmueve
la exquisita parsimonia de los árboles, la tarde verde
Muelle de Ibemi
Convertido en túmulo de Ihemi, te llevaron
frente y dedo brincando de ternura unos caballos...
La cabeza un tanto despendolada, pero firme en su recinto.
a las últimas nubes de la tarde y a la misma tarde, corrupta
y muy dulce se sometía.
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