Embutidos
Edurne Lasagabaster
Había algunos jamones y unas cuantas morcillas (chorreantes). Chorreantes de grasa. Había también chorizos (colgados) y de los que merecían estarlo. Estos segundos "chorizos" comían y comían, sin hambre, queriendo terminarlo todo; insaciablemente comían. Tenían barba, poco pelo en la cabeza y éste grasiento. Se comían la mezcla de sangre coagulada, arroz y puerro de las morcillas, no de forma natural sino que le sacaban el alimento apretando la morcilla de un extremo y agotándola hasta que los pellejos de ésta resbalaban por la fuerza con que sus manos (las de los chorizos) apretaban la morcilla; los chorizos (los colgados) eran parecidos a las morcillas: eran blandos, emanaban grasa rojiza y estaban sin curar. Desde el fondo del oscuro sitio negruzco hicieron su aparición las morcillas (las que también debieron colgarse y no se colgaron). Tenían mucho pelo enredado y pelos en las piernas, las manos sucias y las uñas largas y negras (por dentro y por fuera). Se comieron todos los chorizos (colgados) por la boca saboreándolos con placer con una apetencia obscena e inmoral. No se los comieron por hambre, se las comieron por chuparlas (con pellejo y todo). Tampoco las comieron de golpe, sino que sus labios succionaban los chorizos chorreantes hacia dentro y hacia fuera de sus bocas; no los comían, los chupaban.
Nadie comió jamón y al final quedaron no más que unos embutidos de los cuales no se sabía si eran chorizos o morcillas; chorizos colgados o de los otros, morcillas chorreantes o de las otras.
Sólo quedó embutido de "chorizo y morcilla" de "grasa y pelos" de "barba y bocas".
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