Acto único
(Un pueblo de la llanura sudamericana. Ramiro y Pedro, dos arrendatarios del patrón).
RAMIRO. ¡Despierta, Pedro!, ¡Despierta! que dicen que viene el señor del Olivo. Lo dicen los vecinos. Sí, que viene por las callejas como cuando éramos chicos. Un poco ya cano el hombre, pero con una vara dos veces que él. Igualito que antaño, ¿te acuerdas?. Apenas hacen dos palmos sus pasos, y dí que como va muy lento, aún tardará unas calles en llegar. Si te apresuras lo veremos. Desde la muerte de tu padre, allá va a hacer dos años, que no pasa nadie por aquí. Dí también que con este polvo se le nieblan a uno los ojos y nadie gusta de cegarse por los caminos... ¡Levanta, Pedro! ¡Levanta!
PEDRO. Ya está bien, Ramiro; ¡rejodida la tomaste conmigo hoy!. A la legua que se ve que vos no sós de estas tierras. Aquí, todo invita al sueño, Ramiro. El terreno es de tachuela, tan seco y largo que se le acaba la vista a uno de solo mirarlo. Vos sós allende del Guayaquil, ni que decirlo tenés... ¡Rejodida! ya me anulaste el sueño... ¿que querés?
RAMIRO. ¡Pedro! que viene el señor del Olivo. Lo pregonan todos, y dicen que viene cantando, a grito de ciego como los mercachifles y titiriteros; tal que si viniera borracho.
PEDRO. De lo más común compadre; no más tenés que pensar qué cercana está la fiesta de Gaudalupe. Por nuestra Virgencita, cuando la canícula aprieta y los campos se agrietan, el patrón agota las penas bebiendo. Siempre termina por acá con su séquito de tres al cuarto: don Rodrigo, don Gregorio, don Horacio, todos muy machos como a él le gustan. Por las noches, al fresco de la ventisca que sopla del cerro, los cuerpos se serenan un tantito y no más ve a las chulapitas del pueblo con sus vestiditos de encaje y sus mantillas de prestado, se me le pone la sangre de pasión al patrón, un así como glotonería de satisfacción que le recorre todo el cuerpo ...¡Seguro que nos viene llenito de tequila!
RAMIRO. ¡Así es Pedro! Con las botellas en la mano que viene. Lo sé porque lo vieron en la calle de arriba y le oyeron demandar a voces por la Talita.
PEDRO. Igualito que siempre. ¡Esa sí que es puta redomada!. Vos no la conocés, Ramiro. En llegando al pueblo nos revolució los hombres con su mirada gallarda. Comenzó de vestir escotados amplios y corpiños negros por el interno, que alteraban al más pintado. Nada de por la calor que decían unos; más creo yo fuera por levantar la sangre de sus casillas... ¡y es que no es para menos!. Ramiro, cuando uno la ve desnudita en el río, al trasluz de las aguas, el mundo entero quisiera para ella; Sí, desnudita entera, Ramiro, que hasta círculo hacíamos en las dos orillas por mirarla. Pero ella como si nada, como si no fuera con ella la cosa. No creas que hacía por esconderse. Ramiro, ¡Si vos la vés secarse a la calentura del sol...! Los pechos más redondos y hermosos que he visto, Ramiro. Te lo digo yo, como de una palma mía; y dos marchitas sonrosadas, sus dos pezoncitos tal que convidando al tacto; su vientre de agua, terso como una cuerda de guitarra, lozano de no parir; su entrepierna, azabache puro, tierra agreste e inexpugnable que parece de primeras. Ramiro, luna chulapa de tomo y lomo!... Y el patroncito zumbado por ella. Con todo lo macho que gusta de pasearse, coladito por ella, Ramiro, que hasta peinándola le han visto tras los visillos.
RAMIRO. ¡De boca también el patrón!. A mí... muy chulapa y mujerona tiene que ser para dominarme. El macho, Pedro, con cojones, fornidos y bien colocados. No más que le levanten la voz para imponerse más. En tocante este punto no me cambia ni Dios: la requetedicho está que nació para parir. Si la Talita tiene el vientre terso, mal asunto... pues no creo que esté aún de primeras ¿no?.
PEDRO. Irremediablemente, vos no sós de acá. Apenas oíste lo que dije. El patroncito y la Talita se coentienden no más el patrón quiera y la Talita vive de sus mercedes. El patroncito tiene la sangre muy caliente, tal que hirviendo, y la Talita es cosa suya, ¿entendés?, igual que si un terruño. Si alguien pisa esa propiedad, el patroncito se encarga de repararlo a su manera. Créeme, Ramiro, que lo he visto enfurecido más de una vez. La última fue por la época de la siembra. Despedazó dos chicotes no más que por mirar a la Talita con ojos golositos. Los desnudó de medio cuerpo para abajo y de una cordada los arrastró besando el polvo de todo el pueblo. Al instante que murieron, Ramiro, separadnos carne y alma, pues la soga bien que atada iba a sus partes... se las comieron las gallinas.
RAMIRO. De lejos tenía oída la fiereza del patrón, mas nunca pensé que llegase a tal extremo. Arazón que le teme todo el pueblo.
PEDRO. Y no solo la Talita. Las demás chulapas ponérnoslas también a su disposición. Así las ve sangrar en el río, las ve prestas a su placer. Las limpia, las corteja y las penetra contra voluntad aún de primeras sangres, siendo aún muy niñas, hasta con once y doce años.
RAMIRO. (viendo venir el cortejo)
!silénciate, Pedro! Acá los tenemos... el patrón... don Horacio... don Gregorio... ¡falta don Remigio!... no, ahí aparece, el último... ¡llenitos de tequila que vienen!... ¡aplaudamos Pedro!
RAMIRO, PEDRO. (al pasar el séquito bajo sus ventanas)
!!!Viva el Patrón!!! !!!Vito la Virgen de Guadalupe!!!
(TELON)
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