L I T E R A T U R   A L D I Z K A R I E N
G O R D A I L U A

 

 
 

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Aurreko artikulua— Txistu y Tamboliñ... y vosotros los vascos, ¨qué quereis? (1990-azaroa) —Hurrengo artikulua




 

 

Abreviatura incompleta y adulterada de
"historia abreviada de la literatura portátil"

 

Didier de L'Axie

 

Pocos habrán vivido la literatura con tanta intensidad como los portátiles. La ligereza de sus trabajos, de ahí que se llamase portátiles a aquellos que pudiesen transportar su obra en un maletín, ha sido uno de los motivos para que muchos listos los ahuyentaran del panorama literario con bocanadas léxicas que a ellos mismos aburren y que llevan mucho tiempo de pupilaje en pupitres y estanterías.

        Antes de nada tengo que decir que hasta hace muy poco no tenía referencias del movimiento portátil, pero recientemente me han llegado a las manos unos papeles de un tal Vila-Matas. El me ha relatado una "historia abreviada de la literatura portátil" en la que las peripecias de sus componentes articulan un fabuloso argumento y las referencias bibliográficas no pasan de ser anecdóticas a pesar de ser un análisis de un movimiento literario.

        A medida que me hablaba, intuía que Vila-Matas quería hacerme pisar donde él quisiera. De momento no tenía impedimento en dejarme guiar, pero la cosa pasó a mayores cuando después de haberme explicado las tesis portátiles (exigencia de un alto grado de locura a sus miembros, funcionar como máquinas solteras, sexualidad extrema, espíritu innovador, ausencia de grandes propósitos, simpatía por la negritud y cultivar el arte de la insolencia), ya digo, después de haberme hablado en detalle de todo esto, me citó a una fiesta en Viena. No le faltaron argumentos para convencerme: allí estarían Walter Benjamin, Duchamp, Picabia y bastantes más, y por si fuera poco Scott Fitzgerald me guardaría una rayita de polvo y la jamona de O'Keefe —siempre según los escritos de Vila-Matas— había prometido encerrarse conmigo en el escusado hasta humedecernos mutuamente.

        Imposible negarse a ir aunque no cumpliese algunas de las condiciones para ingresar en la sociedad portátil. Los portátiles me pidieron que llenase un maletín de escritos y los enseres que quisiera. Metí todas mis ropas y toda mi producción literaria, hasta prendas que no usaba y textos en borrador, pero no logré llenar la maleta. Hoy día creo haber espabilado algo y de tener que salir de mi país lo haría con la maleta llena de billetes, sin importarme dejar sitio para una muda.

        Llegué a Viena e hice lo que Vila-Matas me indicaba: simular locura o no disimular la propia. Para ello me aconsejaba en el hotel donde debía reunirme con los demás del brazo de una mula vestida de largo y debidamente arreglada. La mula la alquilé bastante barata en la misma estación, lo que encareció el asunto fueron los arreglos de peluquería. Mientras esperaba en recepción yo tenía que besuquear cumplidamente a mi compañera para asombro de los demás. La cosa funcionó bien y acabé por reunirme con los portátiles. La lujosa sala en la que nos instalamos acabó pareciendo un corral, ¡qué un corral, todo un zoo!

        En teoría íbamos a una fiesta, pero la tertulia se alargó y acabamos tomando una decisión que iba a marcar el devenir de aquella sociedad y de la que el propio Vila-Matas, creo, no tenga referencia alguna.

        "¿Donde pretendéis llegar, compañeros?" —preguntó uno de los presentes pidiendo la palabra con el violín masturbador diseñado por Dalí— "De sobra sabéis que nosotros los shandys sólo buscamos viajar contándonos historias". Más tarde se sirvió de varias citas de diferentes autores que ahora no recuerdo y de ese tipo de disertación ya pastiche a la hora de justificar e inclinarse por el viaje literario o imaginario. Invitó a la audiencia a encerrarse en habitaciones individuales con el único fin de embadurnar foleos en un tiempo determinado y al agotarlo volver a reunirse para hacer una lectura compartida. El ejercicio consistiría en repetir la operación sin descanso, día y noche, hasta que la debilidad o la locura derrotasen el cuerpo o la mente. No podría probarse bocado ni entablar conversación alguna de no ser gramatical o sintáctica. El primero en morir sería debidamente recordado en la posteridad y el último sería el encargado de relatar lo allí ocurrido y tendría el derecho de glorificar su persona cuanto quisiera por tal mérito. Todos aceptaron y, para extrañeza mía, la única enmienda fue dónde reunirse; si en el hotel vienés donde estaban, en el Sanatorio Internacional, en el submarino alquilado por el principe Mdivani, en un lugar cualquiera acondicionado por tiendas de campaña individuales o en cualquier otro sitio. Cuando trataban de decidir dónde instalarse salió uno, que prefiero callar su nombre, del W.C. sin abrocharse aún los pantalones. Llegó hecho una fiera, confesando que su odradek, su espíritu interior, le había encomendado una misión. Al parecer una voz le dijo que se habían conjuntado la persona precisa, el lugar y el momento para no poder dudar que somos desecho y putrefacción. Después debió hablarle de que su cometido en esta vida sería predicar esa idea a los cuatro vientos, y de que a su paso debería dejara tantas heces como fieles Jesucristo. Su vida sería en adelante austeridad y sacrificio; agua y ciruelas su liturgia.

        Allí, delante de todos, juró dedicar cuerpo y alma a aquella desinteresada causa fecal. Antes de salir escaleras abajo señaló borracho de fe: "Obrad como os digo y no perdáis el culo por llegar al cielo. No existe. Si seguís mis pasos os prometo veros en el purgatorio". Tan pronto dijo eso abrió una puerta y desapareció. Por error aquella no era la puerta que daba a las escaleras sino al water de señoras. Todos nos levantamos de golpe y de inmediato abrimos aquella puerta. Para asombro nuestro no lo encontramos dentro, tan sólo un soplo de olor penetrante compartido por todos hizo convencernos de que nuestro compañero, además de no mentir, poseía un don divino o cuando menos unas recetas mágicas. Todos quedamos descompuestos. Aquel fue, tras la desaparición del maestro, nuestro primer acto de fe.

        Hoy día muy pocos de los reunidos en Viena se dedican a la literatura; unos trabajan en la construcción de suministros, otros han acaparado la fabricación de laxantes en la industria farmaceútica y los más educados acostumbran a defecar por la boca ante congresos, estudiantes universitarios o fieles de cumplido. Cómo cambian las cosas.

 



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