Diotima la sacerdotisa
María Zambrano
Siempre sentí las cosas lejanas, las que se desarrollan en otros tiempos y en otros espacios. Sucesos que ocurren en algún lugar diferente del nuestro, instante de realidad que aquí se consumen en duraciones como desiertos. Y así he atravesado varios que señalan las verdaderas épocas de mi vida y han ido marcando mi edad.
Uno de esos desiertos fue el de los sueños. Una noche se me apareció la estrella que tantas veces había visto reinando en el cielo, sola, antes de la salida del Sol. El amor que pone fin a la noche y que alumbra sus primeros pasos. Me sabía ligada a ella. Y la vi en la lucidez de ciertos sueños, bajo la sombra de los anillos de Cronos, oscurecida por ellos. Así mi vida, amor atravesado por el tiempo, partido por el tiempo. Era mi horóscopo que yo nunca quise que me establecieran. Y comencé a comprender: no era un suceso únicamente mío.
El tiempo cubre a las cosas de la tierra y de ellas, sólo el amor lo sobrepasa. El amor atravesado por el tiempo lo atraviesa. La estrella solitaria que abre el día y alumbra el nacimiento de la noche es un umbral y una ley. La sombra de los anillos de Cronos la divide, la hiere. Porque no es sólo sombra, es herida; el tiempo penetra el amor y así el amor engendra siempre.
Durante un tiempo estuve encerrada. Fue mi época de estatua. Alguien me llamó Afrodita Hermética; mi belleza, según él, no era visible para todos; sólo se abría en ciertos momentos. Y un día que me encontraron desnuda, adormilada al borde de la espuma, me confundieron con ella misma; extraña cosa; pero yo me envolví en mi manto violeta y al recogerme los cabellos empapados del agua espesa y amarga, estaban grises.
(Diotima de Mantinea, Leyre Garziarenak aukeratua)
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