Sectas
Paz Garziarena
El caso es hablar de quienes los han matado, los han incendiado en una granja de madera en un pueblo de un Estado de Norteamérica, donde Clinton, que ha dicho que está bien.
A mí me parece que nos queda cerca, pero bueno; el caso es decir algo, porque no todo es lo mismo. Los han quemado y eso tiene que hacer daño, o por lo menos, ahora están muertos, y nos lo dan por la tele y parece como si no pasara nada, porque dan tantas noticias y como es al otro lado del océano, pues parece que es una historia de marcianos o de ciencia ficción donde sólo cabe ver y callar.
Pero a mí me parece algo muy cercano. En el fondo de todo esto yo veo un problema de rebelión; de imitación y de contestación. Es como el adolescente que imita al padre y para eso le combate y le niega; el padre aprovecha su fuerza y lo reprime. Aquí la secta constituye una minisociedad alternativa, tan alternativa que ignora las leyes de la sociedad que combate. Ignora previsiblemente la ley de la monogamia, la ley de la propiedad privada, y erige un líder igual de grande que el rival, el Estado y la cabeza del Estado. Y el Estado lo destruye con unas armas como las que acaba de venderle para que sirva de ejemplo, que todo tiene un límite.
Los Estados Unidos de Norteamérica son aún una sociedad salvaje ávida de sangre. Si se quedaran dentro de sus marítimas fronteras con su pena de muerte, sus bandas de adolescentes asesinos, sus ejércitos de rambos invasores y sus sectas incineradas, así sin más, allí donde andan, pero hace ya tiempo que nos están invadiendo, más que con la CIA con la tele nuestra de cada día, que alimenta más que un pan, que ceba y ceba y ceba el cerebro que se embota con sus historias demenciales de asesinos por todas partes, para que aquí también, en la casa de cada uno, vayamos preparando el arma, cargando el arma para esperar tranquilos la visita del vecino, para salir tranquilos a la calle y si es preciso hacer frente a estos locos de las sectas asesinas.
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