El arrepentimiento de Iparraguirre
Raul L. Berro Egozkue
Nuevamente los acontecimientos o, mejor dicho, las efemérides de los acontecimientos, ponen de actualidad la figura de Iparraguirre. Esta vez el motivo es trascendente: conmemorar el centenario del Gernikako Arbola, "el himno como dice muy bien Isidoro de Fagoaga de los vascos y de todos los hombres que aman la libertad.".
Lector asiduo de la revista GERNIKA desde que tuve el honor de conocer a uno de sus colaboradores el culto magistrado doctor don Rafael Ynsausti, deseo, como argentino descendiente del solar de Aitor, aportar mi modesta contribución al homenaje que, a todo lo largo del año, rinde al inmortal Bardo esta revista, la mejor sin duda que sobre materias vascas se publica en la actualidad.
He titulado mi artículo El arrepentimiento de Iparraguirre y acaso algún lector encuentre exagerado el anunciado. Voy a probar que no es así y para ello exhumaré un documento, viejo de tres cuartos de siglo, y que seguramente muy pocas personas poseen. Se trata de la composición poética, en lengua vasca, titulada Jaungoicoa eta Arbola, que Iparraguirre leyó en el viejo Teatro Colón de Buenos Aires, el 29 de julio de 1877, pocos días antes de embarcarse para Europa.
Este documento me lo legó mi abuelo materno D. Carlos M. De Egozcue, que formó parte como vocal del Jurado organizador de la Conferencia literaria que se celebró, a beneficio del Hospital Español, en la fecha señalada. Iparraguirre, que a la sazón se hallaba en el Uruguay, fue invitado por mi abuelo y por el Sr. Martín Berraondo, presidente de dicho Jurado, para que se trasladara a Buenos Aires y leyera en persona su poema. Así lo hizo. La composición consta de siete estrofas y por lo que me contaba mi madre (que niña aún asistió a la velada) todas ellas fueron muy aplaudidas por el numeroso público que llenaba el enorme coliseo bonaerense.
Como tanto se ha repetido que Iparraguirre fue carlista, estos versos prueban que, si lo fue, bien arrepentido se hallaba de ello. La tercera estrofa, p.e., es un duro apóstrofe conta el pretendiente. Dice así:
Zuaz, D. Carlos zazpigarrena,
Urrun bai gure lurretic;
Ez duzu utzi gurretzat pena
Eta tristura besteric;
Lutoz negarrez ama gaisoac
!Ay! ezin consolaturic;
Ez degu nai ez gueyago icusi
Zori gaiztoco guerraric
En la siguiente estrofa es latente su nostalgia por la patria perdida:
Euscaldun onac biardu eriotza
Billa bere sorlecuan.
Lurra da ama ...
Sigue luego la que podía definirse la obsesión del Bardo: su amor a la libertad:
Gure izatea ondasunac
Dira arbola maitean,
Libertadea maite dutenac
Betoz gurequin batean.
El poeta vasco presentía que llegaría a lucir un día la buena estrella en el cielo de la patria, y canta así con acento profético:
Egun batez aguertuco da
Gure goizeco izarra ...
Bere gurequin inguru dela
Jaun Zuriaren itzala ...
Ese acento profético, propio de todo gran poeta, se condensa hasta convertirse casi en realidad al final del poema. Su predicción nos deja perplejos. Adelantándose de casi un siglo, preconiza para el mundo ("si el mundo ha de salvarse") la Liga o Alianza de las Naciones:
Guertutatzen da eguna
Nacionen liga edo aleanza
Da icusico deguna ...
Esta composición, poco menos que inédita, demuestra que José María de Iparraguirre fue algo más que un bardo de feria o un payador de pulpería. Fue digámoslo sin remilgos el poeta de clara visión profética que anunció lo que muchos hombres (incluso entre sus compatriotas) se empeñan todavía en no ver: la federación de los pueblos continentales de todos los continentes como caución y garantía de la paz universal.
Córdoba, agosto de 1953
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