El imperio ausente
Francisco Javier Irazoki
Sabedlo, dioses:
la soledad es vuestro precio,
y de su estigma acaso os rescata la menuda victoria
de llevaros al oído una concha donde se oye
la voz de un hombre vivo bajo las ruinas.
Allá en la remota Tierra la vida arraiga cautamente,
con un don esbelto que os abandona
sin prosperar en los umbrales de vuestro día,
grácil porcelana que deslizasteis
para perderse después en altos roquedales.
¡Oh la certeza edénica de las horas en que degustabais
la tersa fragancia de los jazmines de Jonia,
aspirabais el aire tomado por la delicia
o percibiais en el huracán el batir de dos labios
coronados por la claridad!
Perteneció a la fornida niebla
el canto que en dulcísimo estío exaltara
cuanto cobijasteis con variable nombre:
lo justo, que reina en su silencioso cúmulo,
los parajes pulidos por el éxtasis,
los signos del gozo y la pureza,
que no tienen asilo en el alba.
Sólo el olvido florece.
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