Los infiltrados de la Pott
Justificación para recitar
Gotzon Madrid
Intentar descifrar misterios sin respuesta y apurar las bebidas alcohólicas que nos dejarán sin razones para continuar viviendo; continuar acercándonos a la muerte; tener el valor pero no el placer de, la oportunidad de, explicar el propio suicidio, esta vez no ¡por fin! fallido; olvidar en lo negro su necesidad; perdonar las oportunidades con tal de cerrar el círculo que siempre, y en el último momento, ampliaremos aunque tengamos el valor, por no tener el placer. Y morir por fin, dejando la despreciada espiral en un momento imbécil, sin sentido, marcado solo ¿pero marcado desde cuándo? por la irresistible fuerza de nuestra entropia interior, fatum, destino, libro de dios o el idiota borracho que jamás debiera de haber cogido un coche en ese estado. iDesgraciado!
Y después, comenzar otra vez; ver las cosas claras y dar órdenes como jefe de cualquier secta o congregación; razonar y dar órdenes demostrando la superioridad de la lógica sobre el sentimiento, del bien sobre el mal, y del banco, hijo de dios y causa de Xto, sobre el negro hijo del blanco y causa de su salvación. Escondido con la horda, esperar el momento de tu señal para el salto final, definitivo, y después de saltar, no dudar, sino, encerrados en la choza del jefe de la tribu conquistadora, analizar la actuación y sopesarla y dividirla en aciertos nuestros y fallos del enemigo, oyendo el ruido de las cabezas vencidas rodando por el enlosado de la cercana sala de ejecuciones.
El momento en que te agaches a restituir a la tierra lo que le robaste será el elegido por El para su único y suficiente ataque a sabiendas de que tu actuación es inaplazable, y necesario el descubrir la guardia; el ojo nefando por donde El entrará para, subiendo, alojarse en el cerebro y lograr que, gracias al perfectamente mesurado empleo de su poder, las neuronas permuten sus posiciones hasta lograr la que marcará el punto sin retorno. Y dudarás y serás por primera vez preguntado por ti mismo en la más asquerosa corrosiva y deleznable pregunta, que te hará mirar a las mujeres sin deseo y a los hombres sin odio, y sobre todo, ya sabes, sin esperanzas a la vida.
No te durará mucho, tu razón se encargará de ello, pero sabrás irrefutablemente que ya no hay vuelta posible; que estás muriendo una vida que ya no es la de antes; que repetirás el juego cientos, miles de veces, cada vez que veas un muerto o un arma, cuando ames o cuando hables con un libro, y, también, en los momentos mas inesperados: mordiendo una manzana, sobando en plena selva los pechos de una niña negra o quizás, manteniendo la vista, fija, en el sol cuando se alce.
Serás pequeño con lo pequeño y grande en lo grande; tus momentos de dolor darán tu categoría de existencia, de persona, pero acabarás encontrando gusto al juego vital; sufriendo tu impotencia serás dios, pero volverás (aún, otra vez) a razonar la vida. Pasarás años de esta forma sin atreverte a ejecutar el único acto creador que nos ha quedado; olvidando a tu mujer por los amigos o a los amigos por tu mujer; fundando partidos politicos o poniendo bombas y degenerando hasta encontrar saludable la idea del olvido de la muerte del amigo.
Hasta pasarte las noches levantando actas, escribiendo libros intentando descifrar misterios sin respuesta o apurando un licor que te dejará sin razones para seguir viviendo.
El dios de los agnósticos os conceda buena muerte.
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