Pórtico de la fuga
Miguel Sánchez Ostiz
Rumor de casa abandonada
En recuerdo de aquellos
que una vez en su vida
llenaron con sus pertenencias
esos baúles que se apilan empolvados
en los atestados desvanes
(Se sabe, eso dicen, que buscaron fortuna
allí por Pachuca
o que se establecieron con sus rebaños en Balcarce)
y ahora son un amarillento rastro,
casi arena entre tus dedos.
Repasas esos rostros:
sombreros de anchas alas,
miradas fijas, perros y fusiles,
enlevitados personajes a caballo,
entorchados oficiales de la Reina,
inútiles sables curvos.
Quebradizos cristales:
¿será la nieve de la que habló
el doctor Monardes?
Gentes que un día por todos olvidadas
volvieron a la casa
y fueron desapareciendo
sin dejar apenas rastro.
Como tú, un día.
Argizaiola
Y nos hacemos memoria antigua descendiendo.
Descendiendo hasta el patio infantil de grava y moscas,
hasta la sielnciosa compañía del juguete roto
en la casa enemiga,
hasta la matriz
y hasta el primer beso ácido
que en un revolcón de sueños
la lengua trenza y atenaza.
Y hasta esa primera mano
que enredó en nuestro pelo.
Y hasta el asombro nunca apagado
de amanecer junto a otro cuerpo.
Y hasta el envidiado pájaro:
ese pálpito primero.
Y también, descendiendo, espetar el ojo
hasta el diente que insomne
el deseo solucionado en impotente baba
desgarra la sábana
sin descorrer por ello los velos de la sorpresa.
Y así mismo, enroscándonos,
descender a la herida y a la fiebre
y al primer terror
y siempre al primero al segundo cuerpo.
Hasta la luz y hasta la muerte descendiendo.
Lectura de hector bianciotti
Cuando al fin comprendas el significado
de un gesto, de un guiño,
de una breve palabra
que pasaste por alto en su momento,
o revivas el exacto instante
de la ocasión desperdiciada,
del olvido inexcusable,
o más aún, cuando encuentres
el secreto escondido en el regalo
que hoy no conservas...
será demasiado tarde.
Como un mal sueño
de un manotazo
frente a tu rostro
todo lo querrás borrar.
Será inútil, ahí quedarán,
y tú, tú hablarás solo.
Quien no quisiera estar lejos cuando su edad le alcance
Malo el día en que tu libertad sea pasado.
Malo el día en que ahuyentes avergonzado
temblores y fuegos,
e intentes tapiar el recuerdo
convirtiéndolo en olvido,
y en medio de tu impotencia
sientas, todavía, brazos
enlazando tu cuerpo,
y a tus oídos, lo mismo que a tu cara,
llegue el rugido fresco del mar en la madrugada.
Y ya definitivamente alterado
escuches temeroso
un atronador concierto de trenes nocturnos.
Ese día cruzarás el umbral del terror más solitario
y optarás quizás por la fácil solución,
la más desgarradora,
de acomodarte, doméstico, a tus usos cotidianos.
No te preguntarás entonces,
pues el deseo será una necesidad cubierta,
qué se hizo, qué se ha hecho
de aquel cuerpo que alegre subía
subió
los desgastados peldaños de tantos hoteles
y ávido de goce se tendía presto.
Tampoco querrás saber
qué se hizo, que se ha hecho
de las innumerables mañanas
que quemaste bostezando al sol de los jardines,
ni por qué el vino que tuviste nuevo y jovial
se ha agriado en tu boca,
ni por qué las emociones compartidas
son hoy esos encuentros insolidarios y esquivos.
Menos aún te preguntarás entonces
por la disponibilidad de tu tiempo y de tu cuerpo.
El extraño
Vas y decides:
nuevo rostro, nueva piel, nueva voz!
y tajante te empeñas en conseguirlo.
Sin embargo cada día vuelve
(tus decisiones convertidas en sueño y en bostezo)
sin que amanezcas en el hombre nuevo que esperabas.
Cada día vuelve sin que encuentres en los espejos
ese rostro que, por deseado, tan bien conoces.
Vanos son también los intentos de mudar de piel.
Y así, inexplicable condena,
debes seguir usando los mismos pasos
en las mismas calles,
la misma voz
(aunque después te tiemble al escucharla),
y vagamente seguir, siempre, intuyendo
la existencia del extraño.
«El susurro de las oportunidades perdidas»
Malcom Lowry
En el preciso instante en que truenan
los versos olvidados, los besos huecos,
el deseo insatisfecho
(dirías mejor nunca nacido)
de quitarse de en medio,
no hay recuerdo válido que llevarse a la boca,
solamente ese inacallable
susurro de las oportunidades perdidas
asaltándote en la arruga
que el espejo te devuelve, terco, cada día.
Henry Miller habló de «la fragmentación de la madurez».
Acaso ese afán de inventariar,
escarbando ávido en la memoria,
frágiles y desparejos momentos,
anotar un verso, una cita,
acumular papeles,
luego legajos polvorientos,
no sea sino la lucha sorda
contra el otro
que recomenzará desmemoriado mañana.
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