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—Errepottaia—

 

El exilio de Astrid Proll

 

Karen Margolis

 

        Joan zeneko udan, eta Londres-en barrena genbiltzala, gaur eskaintzen dizuegun erreportaia irakurri ahal izan genuen, eta estraineko mementutik erabaki genuen pirateatu eta argitaratzea. Zuetako batzuk gogoratuko du Astrid Proll-en izena, hemengo zenbait egunkaritaraino ere iritxi baitzen bere inguruan jazotako gora behera. Gogoratuko duzue, halaber, istorioak izan zuen amaiera ona, zeren eta emakume honek, azkenean, gartzela, estradizioa eta judizioa ezagutu ondoren, askatasuna lortu baitzuen Alemanian.

        Begiratzen zaiola begiratzen zaion tokitik, Proll-en gertaera eta testigantza oso interesgarria gertatzen dela uste dugu. Euskal Herrian bizi garelarik, hainbat eta gehio.

        Erreportaia TIME OUT errebistan azaldu zen Ekainaren azken astean, eta KAREN MARGOLIS-ek izenpetzen zuen. Guk argitaratzen dugun itzulpena ARANTXA ARZUA-ren lana izan da, eta eskerrak ematen dizkiogu hemendixe, eskerrak, batez ere, bere jenerositateagatik.

 

        Cierto día del pasado, dos mujeres alemanas visitaron una pequeña librería al norte de Londres. Expuesto en el escaparate estaba el muy conocido best-seller "Los hijos de Hitler", una historia de la Fracción alemana de las Brigadas Rojas. Argumentando que era una propaganda del Gobierno alemán, pidieron al tendero que lo retirase de la venta.

        En la discusión subsiguiente sobre censura e intereses comerciales, la más alta de las mujeres se agitó y se puso pálida. "Este libro es como un cartel de busca y captura", "incluye fotografías policiales de la gente. Algunos están muertos; otros todavía están dentro; y otros están escapados".

        Para Astrid Proll, conocida por el librero como Anna Puttick, mecánica de coches, "Los hijos de Hitler" era una bomba de relojería. Medio millón de ejemplares de dicho libro reproducían una fotografía policial suya con la información de que había escapado en 1974 cuando disfrutaba de libertad vigilada. Otro retrato policial andaba circulando por las estaciones de la policía británica como parte de la nueva campaña de cooperación anti-terrorista entre Alemania y otras fuerzas de seguridad europeas. La fuga de Astrid Proll acabó el 15 de Septiembre de 1978, cuando fué arrastrada fuera del garaje donde trabajaba por la brigada anti-terrorista; era la última de entre los fundadores de la Fracción de las Brigadas Rojas todavía buscada por el Gobierno alemán.

        Esta semana (la última de Junio del 79), una vez interrumpidos los procedimientos legales contra la extradición, Proll ha decidido volver a Alemania para preparar su nuevo juicio en Septiembre. Arrestada por primera vez en Mayo de 1971 por intento de asesinato, asalto a un Banco y pertenencia a la FBR, Proll pasó dos años y medio en prisión antes de que comenzara el juicio. Cuando se escapó a Inglaterra, en verano de 1974, no fué por miedo a ser condenada. Hacia Febrero, cuando se interrumpió el jucio y fué liberada bajo fianza por razones médicas, era ya evidente que la acusación tenía dificultades tanto con una evidencia policial contradictoria como con una excesiva dependencia de "soplones". Huyó para salvar su vida amenazada por un nuevo encierro en la prisión Ossendorff de Colonia, donde había estado cuatro meses y medio de régimen de aislamiento, tan severo que a punto estuvo de tener un fatal desenlace. En los años siguientes a su fuga, ocho miembros de la FBR han muerto bajo la custodia del estado alemán, incluídos los amigos de Proll, Ulrike Meinhof, Jan Carl Raspe, Andreas Baader, Gudrun Ensslin e Ingrid Schubert.

        La relación de Proll con el grupo que más tarde se llamaría Fracción de las Brigadas Rojas, comenzó cuando su hermano Thorwald fué condenado junto a Baader, Sohulein y Ensslin por provocar un incendio en un almacén de Frankfurt en 1968. La acción formó parte de una protesta de estudiantes contra el apoyo alemán a la guerra de Vietnam, protesta que crecía a medida que aumentaba la represión del Gobierno. Su momento más feroz fué el de la muerte por la policía, y a sangre fría, del estudiante Benno Ohnesorg en 1967, a raíz de una manifestación de protesta por la visita del Sha de Iran. En 1969, Baader, Ensslin y Thorwald Proll fueron liberados bajo fianza después de haber cumplido 14 meses en prisión. Baader y Ensslin vivieron clandestinamente después de que fallasen los recursos contra el resto de los tres años de sentencia. Astrid Proll estuvo entre los que les siguieron. Tenían antecedentes no sólo en los movimientos guerrilleros del tercer mundo, sino también en el incipiente Partido Comunista forzado a la ilegalidad en 1956 por obra de una ley anti-terrorista. La primera acción del grupo, al que ahora se había unido la periodista Ulrike Meinhof y el abogado Hans Mahler, fué liberar a Baader de la cárcel después de su captura, en 1970, en Berlin.

        La FBR, siguiendo sus escritos de prisión, sostenía que la acción armada era "una forma de intervención revolucionaria a pesar de la debilidad de la izquierda alemana". Sus primeros blancos fueron las instalaciones militares USA en ta República Federal Alemana, y su estrategia estaba basada en que acciones ejemplares de este tipo despertarían y concienciarían a la población alemana anulada por la represión política. No hay duda de que consiguieron una profunda polarización social y un considerable número de jóvenes seguidores, frustrados por la falta de alternativas políticas. Aunque por otro lado, justificaron la creación de un estado policial y las tácticas de terror utilizadas acabaron por ahogar sus intenciones políticas.

        La brutalidad de la respuesta gubernamental, al resucitar antiguas leyes nazis y extender su maquinaria de seguridad para hacer frente a una amenaza generadora de miedo pero que nunca fué nada más que marginal, sólo sirvió para intensificar la polarización. Miles de personas fueron consideradas criminales por simpatía o simple indiferencia hacia los grupos de la guerrilla. Para algunos, una vez fuera de la ley la única forma de volver era la cárcel, la muerte o la confesión.

        La fuga de Astrid Proll fué un intento de salir de este círculo, en un principio para evitar la muerte y más tarde para crear una nueva vida en Inglaterra. Eligió Londres, porque pensó que el fuerte movimiento de mujeres le podría ofrecer alguna ayuda. La encontró, y después de algunos meses de recuperación fué capaz de trabajar, de hacer amigos y de casarse para legalizar su situación. Aunque nunca olvidaba que estaba escapada. Cada persona que conocía su identidad era un posible confidente, y una amenaza. El exilio y el aislamiento enmarcaban todavía su existencia. Trabajando en un taller de la empresa Lesney Hackney se la aisló como la única mujer entre ochenta hombres, a pesar de su capacidad como mecánica de coches. Después de prepararse en un centro especializado trabajó como supervisora de un taller subvencionado por el gobierno, enseñando el cuidado y la reparación de coches a jóvenes sin empleo. Los chavales blancos le llamaban "su Hitler". Lo tomó como una oportunidad para charlar sobre la historia del fascismo en la Alemania de hoy, pero el descuidado insulto caló hondo en ella.

 

        Tuve que luchar contra el romanticismo y el miedo de la gente

        "Aunque hoy está claro que tengo muchos amigos, gente a quien conozco personalmente, muchas veces durante mi estancia aquí, me sentí muy aislada. Ahora me doy cuenta hasta que punto rechazaba y luchaba por la comprensión de la gente. Tuve que luchar contra sus romanticismos y sus miedos. Vivir la ilegalidad legalmente es un proceso que tuve que aprender. Y que no fué fácil".

        La vida de Proll en Inglaterra fué una ruptura con la FBR, aunque por otro lado existía una continuidad. Cuando más feliz se sentía era en el garage y algunos de los chicos a quienes supervisaba mantuvieron una cariñosa relación con ella, incluso después del arresto, visitándola en la prisión de Brixton. Para ella suponía revivir el trabajo que hiciera con delincuentes juveniles en 1969, junto con Ensslin, Baader y Meinhof. "Luché contra la opresión cada vez que ésta aparecía en mi vida cotidiana y en mi trabajo. No era un programa político, era mi vida".

 

        Fui la prisionera más vigilada de Inglaterra

        Después del arresto, "la realidad de la prisión volvió con toda su fuerza". Mientras sus amigos luchaban para contrarrestar el apodo "terrorista" de los titulares con hechos de su vida en Inglaterra, Proll fué confinada al ala de máxima seguridad de la prisión de Brixton, en calidad de prisionera de "categoría A". "Fui la prisionera más vigilada de Inglaterra" dijo amargamente, "saben como viví aquí, admitieron en el juicio que no había tenido contactos con la FBR o grupos similares, y sin embargo me aislaban de la misma forma que ellos criticaban a la República Federal Alemana".

        Toda persona que visitara a Proll tenía que estar aceptada por el Ministerio del Interior y era cacheada electrónicamente antes de entrar en la sala de visitas. Había permanentemente dos celadoras escuchando la conversación de 15 minutos, mientras los vigilantes vigilaban desde fuera por una ventana de cristal. Una vez le llevé un sólo crisantemo amarillo y me lo retiraron. "Esto tiene que ser retirado", declaró seria la celadora. Durante bastante parte de su tiempo en prisión aquí, Proll compartió la "categoría A" con otras dos mujeres; pero los dos últimos meses estuvo sola. El tema del aislamiento se repetía incesantemente en sus cartas.

        Me escribió de Brixton: "He intentado a menudo escribir sobre el aislamiento o, a veces en poemas. Pero el aislamiento sólo se expresa claramente en una página blanca". Este aislamiento se intensificó al estar recluida en una prisión de hombres; el Ministerio del Interior arguyó razones de seguridad para no trasladarla a la carcel de mujeres de Holloway. "En Brixton me sentía como una revista pornográfica viviente. De camino a la sala de visitas solía pasar por delante de unos vigilantes, que siempre tenían una revista de sexo entre las manos. Levantaban la vista de las páginas, nos miraban, se levantaban, abrían la puerta y volvían a su lectura".

        Poco antes de su entrega al Gobierno alemán, Proll fué trasladada al Centro Risley Remand, donde "seguridad" significaba una tenue luz fluorescente, sueño obligado a las cuatro de la tarde, encierro durante 23 horas de cada día. "Tienes que estar en una prisión como esta para conocer el significado de la palabra TERROR", dijo, "y ésto vale tanto para Inglaterra como para Alemania".

        Durante su encierro de 9 meses aquí, y su lucha contra la extradicción, Proll estuvo estudiando y revisando su relación con la FBR y su renuncia a la lucha armada. "Todavía no puedo unir mis acciones y experiencias con aquel pequeño grupo de amigos a la palabra "terrorismo". Cómo puedo reconciliarme con el pasado cuando tantos que lo compartieron conmigo están ya muertos? Encuentro difícil pensar en mi actitud frente al terrorismo alemán. Contiene mucha gente a la quiero tanto y mucha gente a la que odio. Es un enorme esfuerzo tanto el salir de él, como el de volver a recordar. Nunca quiero evitarlo y no tengo ningún complejo de culpa. Pero, quién soy? Quién he sido durante estos últimos cinco años?"

        La resistencia de Proll a valorar la FBR no solamente nacía de estas dificultades. Tiene un especial desprecio por antiguos activistas cuyas vidas hoy giran en torno a sus antiguos contactos, como Bommi Baumann, exmiembro del Movimiento 2 de Junio y autor de "Como empezó todo" y Karl-Heinz Ruhland, el "superhierba", cuya evidencia es la clave de la acusación contra ella. "Nunca he querido, deliberadamente, ofrecer entrevistas clandestinas, llamando a la gente a que deje las armas", me escribió poco después de su arresto. Negándose a convertirse en un "gran negocio en el mercado del terror" intento buscar una nueva salida al terrorismo. "Fué Bauman el que dijo: la entrada es fácil la salida, en cambio, pasa por el cementerio". También habla así del estado policial: "Yo he intentado —y he conseguido— una alternativa entre el terrorismo fuera y la muerte y destrucción dentro".

        Aunque todavía se le presionaba para que tomase una postura. "La gente dice ahora: la práctica no es suficiente, tengo que hacer declaraciones sobre lo que dejé atrás". Y ha llegado a ciertas conclusiones sobre las relaciones entre el exilio, la guerrilla urbana y el aislamiento. "Hoy diría que existe una conexión entre la política de la lucha armada y la prisión: el aislamiento. Este tipo de política conduce a una casi total separación de esa gente a la que precisamente se quiere llegar. Es una política ineficaz y abocada al fracaso. No elegiría volver a vivir de ese modo" dijo en una entrevista a la revista alemana STERN el pasado Noviembre.

        En mis visitas recientes charlábamos sobre el exilio, la guerrilla urbana. "Una cierta concepción del exilio es importante para los grupos armados donde no hay HINTERLAND", explicó, "los palestinos tienen a los países árabes, los irlandeses el sur... las condiciones de la lucha armada en las metrópolis son diferentes. Para algunos es como decir que es imposible. Hay exilio donde hay guerra, ataque y represión. El exilio es tanto una situación personal como una situación política. Es personal porque es solitario, es admitir que todo eso contra lo que estás luchando es por el momento más fuerte que tú".

        "Mi concepción del exilio fué vivir con una fuerte presencia, limitar y encarar mi pasado, crear muchos futuros, uno de los cuales siempre ha sido el de volver a Alemania".

        La lucha entablada por Proll durante nueve meses contra la extradicción, levató, sacó a la luz, cuestiones importantes que persisten ahora después de su regreso a Alemania. Está la "lex Proll", el instrumento estatutario puesto en funcionamiento después de su arresto en Octubre pasado mientras el Parlamento estaba aún en receso. Esta ley permite obtener la extradición de ciudadanos británicos y que sean enviados a Alemania, mientras que la constitución alemana protege a sus propios ciudadanos. Y también está el reciente juicio y decisión del Tribunal Supremo, en el que a pesar de su reciente matrimonio con un ciudadano británico, no se le daba el derecho a la nacionalidad inglesa. "No solamente rompen sus propias leyes", dijo Proll, "para asegurar la extradicción o expulsión de emigrantes y ex-terroristas de Gran Bretaña, sino que me lo hacen a mí, en contra de mi forma de vivir aquí en el exilio. Y tiene implicaciones serias para todas las mujeres emigrantes casadas con británicos".

        Es seguro que muchos lectores de TIME OUT, respetuosos de la ley, no llegarían a cumplir los requisitos del presidente del Supremo Sir George Baker en materia de comportamiento matrimonial. Al resumir la apelación de Proll, definió a la mencionada institución como "una unión genuina y generalmente aceptada, es decir, amor mutuo, apoyo y consuelo; cohabitación en el hogar como marido y mujer; una unión para toda la vida y dedicada a la reproducción".

        Criticó a Proll y a su marido "porque nunca tuvieron un hogar y él no la mantenía". Le extrañó que el anillo de boda fuera un regalo, no de su marido, sino de un amigo. Tuvo que reconocer, sin embargo, que, legalmente hablando, la boda era válida. Los abogados de Proll continuarán su lucha hasta conseguir la nacionalidad británica, llevando el caso hasta la misma Cámara de los Lores, para que pueda, si ella así lo decide, volver a Inglaterra. "¿Lo que espero de la Alemania del Oeste?... En principio, la familiaridad con la prisión. Pienso en el presente y en el futuro, miro fijamente a las paredes y no sé si se romperán alguna vez".

        El alivio de pensar que era el final de la larga espera, se mezclaba con el miedo a lo que pudiera ocurrir en el juicio y en el encarcelamiento. Es irónico que después de la campaña para hacer públicas las condiciones de la prisión, que finalmente terminaron en su huida, pudiera encontrar allí, en la prisión, mejores condiciones. El responsable de la acusación pública, Señor Schaeffer, dejó entrever recientemente en una entrevista hecha por la BBC, que no estaría sometida al régimen de aislamiento en la prisión de Preungeshein de Frankfurt. También se le han prometido visitas a amigos, visitas semanales en vez de las quincenales que habitualmente se permite a los detenidos en espera de juicio.

        Pero las sentencias recientes aplicadas a ofensas parecidas a las que se le imputan —que ella ha negado siempre— han sido duras. Ha habido tres cadenas perpetuas por acusaciones de intento de asesinato. "No me atrevo a decir que esto no pudiera pasarme a mí. Sólo espero que mi caso sea algo decisivo, y lucharé para conseguirlo". La razón de este optimismo cauto es el impacto en Alemania de la campaña de los "Amigos de Astrid Proll" para demostrar el tipo de vida que llevó en Inglaterra. En Enero pasado, el Ministerio del Interior, Baum, entrevistado por STERN sugirió que podría concedérsele una libertad bajo fianza si volvía voluntariamente a Alemania: primera señal de un nuevo acercamiento a los ex-terroristas. "Ahora hay algunos políticos que hablan de terrorismo, gastan millones en investigación  y, a veces, tienen hasta discusiones intelectuales sobre el tema". "Un político no tiene porqué ser siempre un policía; ahora, algunos de los que construyeron la maquinaria represiva están considerando las consecuencias."

        Proll también habló de sus relaciones con antiguos miembros de la FBR, activistas encarcelados y el movimiento de mujeres. El problema es que "las condiciones de la prisión crean una resistencia limitada por la misma prisión. No permite la posibilidad de movilización en el exterior".

        En Alemania, el apoyo a la causa de los FBR se concentró exclusivamente en las condiciones y en la resistencia de los encarcelados, una estrategia que —piensa ella— ignora a los que han construido nuevas vidas después de cumplir sus sentencias, ignorando incluso su propia lucha por buscar una alternativa. Y otra vez tendrá que luchar contra los romanticismos y los esterotipos. "Me he convertido en algo especial" dice críticamente, "se me admira como la mujer que sobrevivió a la tortura de 4 meses y medio de aislamiento". Algunos grupos de mujeres "están intentando presentarme corno alguien que llevó una vida tranquila, una persona maja. Tampoco quiero éso. Aunque necesito un movimiento de apoyo. Sólo saldré libre si hay un movimiento de apoyo".

        Es posible que Proll también tenga que sufrir la antipatía de muchos de los encarcelados, que la consideran como una traidora, o como una mente enferma porque eligió Inglaterra y el exilio en lugar de la prisión y una posible muerte. Pero aunque su posición sea difícil, se mantiene firme: "Nadie con una experiencia de cárcel como la mía puede echarse atrás, ni siquiera después de liberada" aseguró.

        Astrid Proll deja atrás un gran número de simpatizantes y amigos ingleses. Algunos de nosotros hemos cuestionado las acciones de su pasado, y la política practicada por la FBR y sus sucesores. Pero todos compartimos su preocupación por la falta de libertad en Alemania, y todos apoyan el reto que supone, al Gobierno alemán el "ofrecer soluciones que no nazcan de la venganza y el castigo".

        Resumió sus actuales convicciones políticas así. "Cuando ves la maquinaria militar y policial, la maquinaria de vigilancia total en Alemania Occidental, no se trata de quién ganará o perderá, sino de como parar semejante proceso. Creo que cuantas más son las cosas que parecen imposibles, cuanto mayor es el número de gente que no se atreve a actuar, a pensar, mayor es la represión. Pero no soy amiga de soluciones fáciles".

 



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